500 millones de oriundos de nuestra America padecen de complejo de inferioridad respecto a Europa y Yanquilandia. Se sienten frustrados porque no alcanzan el desarrollo atribuido al I Mundo. Buscan las causas y las emprenden contra sus raíces. Ello cristaliza en el complejo de inferioridad que cubre de México a la Patagonia. Se expresa en no querer ser lo que somos y en negarnos a nosotros mismos. Los gurúes en economía, política o pedagogía son siempre del otro lado del Atlántico o, en su defecto, de EEUU. Lo nuestro no vale nada salvo que coseche aplauso en aquellas dos esferas que detentan el prestigio, el poder y el dinero.
La Iglesia aparece como cómplice del supuesto genocidio |
Esta sensación de estar en una situación de inferioridad empuja a
menospreciar lo propia y como correlato a sobrevalorar lo ajeno. Lo “ajeno” es lo extracontinental. Son múltiples las manifestaciones de esa
jubilosa o resignada sumisión. Va desde bautizar con nombres exóticos a los
retoños a darle mayor espacio a las cátedras
de Historia de Europa que a la del país, en deplorar que nuestras falencias
derivan de la hispanización. Recuerdo a mi maestro de escuela “otro gallo no cantaría si hubiésemos sido
descubiertos y colonizados por Holanda, Alemania, Gran Bretaña, pero ¡tocarnos España!”.
Aquello es la leyenda negra.
En los textos escolares de Historia de Chile siempre aparecen este tipo de lçaminas que nutren la hispanofobia |
El disparo es a nuestros ancestros ibéricos. México se jacta de carecer
de estatua que recuerde a Cortés, un alcalde erradica de la Plaza de Armas de
Lima el monumento de Pizarro y en Chile –no es raro- se lance pintura a la
escultura ecuestre de Valdivia. Vimos a Chávez suprimir como feriado el l2 de
octubre y agraviado en las calles de Caracas un busto de Colón… Eso se acompaña
de “indolatría”, es decir, la exaltación de lo aborigen en guerra contra el conquistador.
Sin embargo, acrobáticamente, se pasa a la “indofobia”. El “indio” se juzga
melancólico, perezoso y desaseado. Poco –o nada se alude al
mestizaje. Hasta el término mestizo se estima poco elegante y hasta ofensivo.
Esta campaña contra nuestros antepasados a los cuales atribuimos las 7
plagas de Egipto desemboca en ese complejo de inferioridad que nutre el
eurocentrismo. Esto se expresa hasta en
la cartografía… en el planisferio siempre el Nuevo Mundo aparecerá periférico y
separado de nuestros vecinos Australia,
China, Japón… porque el océano es carretera líquida y no murallón inaccesible.
Las 20 repúblicas en que se fragmentara la Patria Común compensan esa tara
psíquica cultivando complejos de superioridad respecto a sus vecinos. Lo he visto
e El Salvador respecto a Honduras, en Costa Rica en relación a Nicaragua, en
Dominicana con Haití… Por cierto, en Chile con Bolivia.
Obvio que ese complejo de inferioridad invita al imitacionismo y a
favorecer las inversiones foráneas que sabemos que si no se controlan derivan
en voraz imperialismo. Si hasta en nuestra diplomacia ser designado embajador o
agregado cultural en algún país centroamericano
o caribeño es evaluado como castigo porque lo que da “caché” es representar a Chile en París, Londres
o Bonn, pero en Managua o La Paz es algo “ordinario”. Amén de lo anotado, en el
ingreso a las Escuelas Matrices de las FFAA y a ese servicio exterior se esquiva a los morenoides y se da preferencia
a quienes ostentan apellidos como "Krasnof", “Van Klaveren” o “Mac Intyre”.
En la semilla de esta “crisis de identidad” está la Independencia y su
parafernalia publicitaria que apuntala el afán de ruptura con Madrid. Para
legitimarla los “patriotas” –la inmensa mayoría- nietos o hijos de españoles se proclaman continuadores de la guerra que, contra los
peninsulares, efectúan pueblos amerindios como el mapuche. Recúerdese que los
discípulos de Francisco de Miranda juran lealtad a la Logia Lautaro sobre un
tomo de “La Araucana” que, -¡oh, paradoja!- ha sido escrito por Alonso de
Ercilla, un militar españolísimo. Sin superar la leyenda negra, es decir, ese
doble complejo –inferioridad y superioridad- resulta imposible abrir cauce al
torrente de la genuina liberación.