Nuestras banderas -o ideas-fuerza- son soberanías política, independencia económica y justicia social. Se conocen, aunque no se sepa los alcances que poseen. Las formula el Presidente Perón de 1945 a 1955. Añade una IV, unidad suramericana. Ahora hay un esfuerzo por añadir la V bandera: la identidad. Esta supone el rescate de nuestra fisonomía original y raíces primigenias, aceptarnos tal cual somos, desnucar el complejo de inferioridad y atajar el calco de loi foráneo.
No resulta fácil se nos comprenda. Hay quienes juzgan eso de la soberanía en lo político y económico como anacrónico. Habría que arrodillarse ante los poderes universales del Pentágono y de la banca. Ya no habría marcha atrás. Se envuelven en un capullo de pesimismo y cierran los ojos. Algunos añaden resignados "este es el mundo nos amoldamos o somos triturados". La baja autoestima empuja considerar cualquier batalla de antemano fracasada.
La IV bandera esa de la unión suramericana -único camino para lograr el desarrollo endógeno- la descalifican como utópica. Aparecen como hienas los conflictos con las patrias vecinas. Chile se juzga asimismo una ínsula rodeada de adversarios y hasta en Centroamérica rencores y desdenes apenas ayer se expresan en guerras letales. Los litigios de frontera menudean. No hay patria que no los tenga mientras ñiños y adolescente son educados en el desprecio a los vecinos.
Esa V bandera de la identidad está ubicada en el contexto de cultural. Es nueva y archipolémica. Apenas se alude al orígen común brota la hispanofobia. Se asocia al indigenismo. Sobran los "blanquistas" para los cuales hasta el término "mestizo" es agraviante. Por debajo -y a veces por encima- se desdeña lo negroide. Esas son nuestras tres raíces fundacionales. Renegar de lo indígena, lo ibérico y lo africano es el germen de la autodenigración.
Lo identitario común muere al convertir en sinónimo "Estado" y "nacionalidad". Ello fluye de las Facultades de Derecho que enseñan "el Estado es la nación jurídicamente organizada". El resultado: cada república es una nación que genera un particular nacionalismo que, por su misma naturaleza, es centrifugador. En ese contexto carecen de espacio Antenor Orrego con la teoría del "pueblo continente" y Felipe Herrera-con el nacionalismo iberoamericano,
Aldeonacionalistas y mundialistas de cuño comtiano y marxista así como indigenistas nostálgicos -sin proponerselo- hacen causa común en orden a ostentar indiferencia u desprecio por la V bandera. Se asocia -reitérase- con la noción de una identidad que abarca de Patagonia a México. Lo común es que todos abominan del aporte ibérico. El 12 de octubre de 1492 les produce náuseas y el diálogo sobre nuestra fuente originaria deriva aludiendo a los vikingos.
La controversia sobre la identidad posee dos puntas. En una se la niega y en la otra se la pulveriza. Negarla es propio de la tesis liberal que aluden a la Humanidad y los marxistas al "internacionalismo". Los cantonalistas juzgan que cada patria nace al desvincularse de Madrid y con identidad propia. Hasta Panamá fundada en 1905 se cree nación y genera el nacionalismo panameño y la "panameñidad". Los veintitantos fragmentos alardean de `poseer una propia.
La indolatría gasolinea la centrifuguización al máximo. Cada etnia aborigen sería una nacionalidad. Aluden a las minorías amerindias algunas ya extinguidas, pero rescatadas en la letra de un documento legal. Así Bolivia se proclama "plurinacional" y Chile sostiene que existe la etnia coya y la diaguita en circunstancia que son entidades inexistentes creadas sólo para cumplir con la OIT.
No resulta fácil entonces agitar esa V bandera. Los adversarios continuarán argumentando que Suramérica es un hueso sin tuétano, un cuerpo sin rostro, no un árbol frondoso, sino tupida floresta de infinitas especies. Pensamos -desde la trinchera- opuesta -acompañados, entre otros, de Haya, J. Edwards Bello, Vasconcelos, J. Abelardo Ramos, Zea, Methol Ferré, Alejandro Pandra- que nuestra identidad existe y su rescate amerita esa idea-fuerza.