Disponer de un texto escolar de Historia de Suramérica pareciera indispensable. Los existentes son una sumatoria de historias locales o no están calibrados para el aula. Es trascendente "desaprender" una Historia Patria desmembradora. Ha sido, por dos siglos, un surtidor de rencores, revanchismos y altanerías. Su meta apunta a acentuar las diferencias. Se niegan u opacan las congruencias en cuanto al origen y trayectoria de pueblos hermanos que integran un solo bloque sociocultural.
Ese 1810 ha sido funesto, pues al rodearlo de excesivo boato omite las etapas que la preceden. Esa prehistoria indígena y esa protohistoria peninsular no ameritan suficiente estudio. Menos las epopeyas de la exploración. Tampoco esa fase estimada «tenebrosa» y mal llamada «colonia». Los plumarios de la Independencia dan luz verde a la leyenda negra. Difunden una campaña hispanofóbica y, al mismo tiempo, indigenista.
Ello permite asociar Imperio con imperialismo y colonia con colonialismo y tres siglos germinales XVI, XVII y XVIII como una especie de oscura Edad Media. La interpretación falaz de la hispanización engendra complejo de inferioridad. Recuérdese el estereotipo del conquistador genocida, expoliador, aficionado a la holganza y al látigo, progenitor del latifundio y la explotación del hombre por el hombre.
Amén de despreciarse el legado ibérica se glorifica a Cuactemoc o Lautaro. Sin embargo, brota el desprecio por la indígena. Es un ayuntamiento extraño –en nuestro caso– entre la admiración y la ira. Furia porque el aborigen representaría la pereza, la borrachera y la fealdad. Así el texto tradicional, por omisión o torcida interpretación, deteriora la imagen de la Hispanidad en nuestro suelo. No sólo eso, también lo autóctono es objeto de descalificación racista.
Se restringe eso de «antepasados» sólo a esos pueblos autóctonos olvidado que también lo son aquellos soldados de Carlos V y Felipe II. Los textos escolares y el imaginario de los docentes en los siglos XIX y XX reflejan lo anotado. Al negarse los orígenes vernáculos y africanos se acentúa una pueril convicción blanquista. El mestizaje se enseña sin conferirle su exacto significado y volumen. Aludir a los ancestros es incómodo.
La actual docencia de la Historia Patria reforzada por efemérides, emblemas, himnos… se usa para generar la denominada “conciencia de patria”. Exhorta a visualizar a los vecinos como extranjeros: enemigos de ayer, de hoy y de siempre. Se subvalora o desconoce el mestizaje, se desprecia las fuentes matrices de la macronacionalidad. A este «guiso» mefistofélico se añade recelo, desprecio y odio al pueblo vecino.
El desafío es elaborar un manual que nos presente tal cual fuimos y somos: una totalidad en que predominan las concordancias y las diferencias son pequeñas. Ya veremos como conseguimos se imponga su uso en las aulas y cómo se funda la asignatura respectiva. Si se exaltan los conflictos se acentúa el aislamiento. Contrariamente, si se exponen las congruencias se redacta un texto que favorece la integración.