Señor Alcalde,
señor Director de la Casa de la Cultura,
señor Director de Orquesta Infantojuvenil,
autoridades académicas, eclesiásticas, policiales,
señores representantes del mundo empresarial,
señores líderes de organizaciones comunitarias,
colegas profesores
amigas y amigos,
queridos integrantes de familia Canales Díaz:
En esta noche inolvidable –desde muy lejos- vengo a presentar ante cada uno de Uds. y, como consecuencia, ante el país esta obra. Se intitula “Bicentenario e identidad”. Hay un gesto de insurgencia regionalista en este evento. La obra no se presenta en la Capital, sino que debuta aquí en el sur profundo, siempre verde y lluvioso. El hecho implica un gesto simbólico: la búsqueda de la raíz originaria del país y huir –aunque sea por un instante- del smog y la farándula, de la politiquería y el cemento, de la moda exótica y la TV anestesiante.
Aquí está el autor y su obra. Un autor endeudado con este terruño. Hace ya años siendo académicos de la filial talquina de la Universidad de Chile con varios colegas- vinimos aquí. Nos trajo, como a Canaan, el catedrático Luis Donoso Varela. Nos empapa de un paisaje de sorprendente belleza. Aquí recibimos extrema hospitalidad. Aquel maestro ilustre adoctrina: en Maule está la Tierra Prometida. A Cauquenes la visualiza como una bíblica Jerusalen. A poco andar proclama que Pacha Pulai o, si se quiere, la Ciudad de los Césares está en Tutuven. Hacia allá marcha la gavilla a encontrarse con otro patriarca notable: Juan Canales García.
Aquellos académicos de raza: uno maulino de adopción y otro maulino raigal constituyeron una dupla fabulosa. Hicieron de cada uno de los peregrinos, discípulos y estos supieron de materias que ambos impartían en el minuto a minuto, en la plática aparentemente informal, a través de anécdotas siempre aleccionadoras ¿Qué cátedras dictaron en un caserón criollo de adobe y teja, a campo abierto en medio potreros o junto a tranques y esteros? Yo voy a enumerar algunas de esas materias: Don de gente, Elegancia interior, Laboriosidad patriótica, Sentido común, Coraje prudente… y otras más. Ello implica hablar claro, mirar a los ojos y exhibir seguridad. Por eso esta obra se dedica a la perpetua memoria de ambos chilenazos.
El libro es polémico. Un amigo apunta que sus páginas están más cerca de la sangre que de la tinta y quieren ser levadura que inquieta al lector y no pan que lo satisface. No es texto escolar dogmático, sino un manojo de ponencias contestatarias. No soy –mis queridos amigos- un yes man, un conformista, un fatalista. Si algo me caracteriza es que no le tengo miedo a la cicuta y dónde puedo expreso lo que juzgo mi verdad a veces de modo irreverente. No estoy con los lugares comunes ni comulgo con ruedas de carreta. Ninguna opinión que vierto oral o por escrito es para complacer a quienes detentan el poder. Ahora mismo mi tesis central es “Chile no nace el 18 de septiembre de 1810”.
Al producirse la instalación de la I Junta de Gobierno ya Chile existe y posee trescientos años. Me siento obligado a manifestar que el bicentenario es de la república y no de la chilenidad. Esa chilenidad fluye paso a paso del proceso de mestizaje. Son pocos los que sostienen lo señalado. Se ignora la mezcla entre los que llegan y las que están. Incluso la expresión “mestizo” posee un contenido peyorativo. Juzgo que es nuestro mayor mérito ser un pueblo de sangre mezclada y cultura también mezclada. No somos, como algunos torpes creen, “los ingleses de América del Sur” ni el país es una ínsula europea. Por eso no enseño que los españoles sean “los malos” y los aborígenes, los “buenos”. Unos y otros al amalgamarse plasman un pueblo nuevo.
Mi afán es atajar ese complejo de inferioridad que deriva de ser “hijos de la mezcla”. Hay personas que aun hoy argumentan que “la raza es la mala” porque nuestros progenitores remotos son de dudosa calidad. Eso es falso y estamos ante una campaña autodenigratoria que perjudica. Si repudiamos a nuestros antepasados se deteriora la autoestima. La seguridad del individuo, su confianza en si mismo, la autovaloración se nutre del orgullo que generan los padres y mejor aun si también los tatarabuelos. Sean acaudalados o modestos, ilustrados o iletrados, siempre deben ser los pulmones que nos permiten respirar hondo y el combustible que alimenta el ego.
Todo este libro es un alegato sostenido y documentado que enjuicia el modo como se enseña y aprende la Historia de Chile y, al mismo tiempo, se cuestiona ese sostenido patrioterismo que nos empuja a despreciar las repúblicas fronterizas. Al fin de cuentas rehabilito en mi obra las hebras fundacionales indoibéricas, sostengo que son Almagro y Valdivia los fundadores de la chilenidad, promociono la armonía con las patrias del entorno porque nuestra semilla es común, exalto lo criollo en oposición a lo forastero juzgado siempre mejor que lo propio. Ello es el germen del complejo de inferioridad que a que aludiera hace un instante. Allí está la causa de nuestra siutiquería, de nuestro clasismo y de nuestro racismo.
Hay mucho que conversar sobre los temas de este libro. Imposible que condense aquí mis reflexiones sobre identidad y los bosquejos biográficos de personajes. Menos alcanzo a reseñar lo anotado en el capítulo sobre lo hispánico y lo indígena. Quisiera reiterar -eso si- que el bicentenario no implica festejar el natalicio de la patria. Esta ya se plasma tres siglos antes que Mateo de Toro y Zambrano convoque al Cabildo Abierto. Chile es Chile ya con la expedición de Almagro y comienza a edificarse con Valdivia. Los conquistadores son nuestro patriciado y los mestizos los primeros chilenos. Hasta el vocablo Chile es aborigen y no se sabe, a ciencia cierta, su significado.
Finalizo manifestando
¡Gratitud a la Casa de la Cultura!,
¡Gratitud a la Ilustre Municipalidad!,
¡Gratitud a todos y a cada uno de Uds. por la paciencia de escucharme!,
¡Perpetuo recu erdo para los ilustres catedráticos Donoso y Canales!,
Por Tutuven ¡Viva Cauquenes del Maule!
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