Se alude a un asunto complejo. Un país así como una institución o persona "vende" imagen. El problema reside en cuál es la entregada. Chile padece desde siempre la obsesión de constituir una ínsula europea en el contexto latinoamericano. La convicción flota sobre “la copia feliz del Edén” y con ella comulgan millones. Singularizarse es lo importante. De allí la creencia de "ser distintos, distantes y superiores". Alguien, menos docto, cual ventrílocuo, expresa "somos los ingleses de América del Sur". Esto empuja a situaciones como reclutar azafatas de LAN que parecen de Lufthansa, animadoras de TV que son perfectas anglosajonas, personajes de spots comerciales "rubiecitos" y chics y Miss Chile cuyo requisito para ser electas, de preferencia, es ser vástagas de euroinmigrantes. Hoy el único morocho que aparece en pantalla es Iván Torres. Hasta ayer solía aparecer un médico que presidíera la ONEMI. No se trata de promover una "limpieza étnica" al revés, pero si nacionalizar los canales con rostros criollos. Habrá un millón de blancoides, pero 15 millones de morenoides. Este y no aquel es el "país real". Sin embargo, en "la tele" está ausente. Ello es prueba de discriminación. Hay pues un solapado apartheid. Pareciera urgente analizar los criterios de admisión a la TV y -de una vez- exigir a las empresas de publicidad que presenten el Chile tal cual es reduciendo el tsunami "blondocratico". Hay que "vender" la imagen de lo que somos y no de lo que -por siutiquería y calco- queremos ser.
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