Apenas 8 años después de finalizada la Guerra del Guano y del Nitrato y Chile, el Estado triunfador en aquel infausto conflicto, es escenario una contrarrevolución. No es un simple cuartelazo. Si el 11 de septiembre de 1973 con sus 17 años de régimen de facto significan algo más de 2 mil muertos con 15 millones de habitantes. La contrarrevolución de 1891 dura un semestre y en dos batallas -Concón y Placilla- se registran 10 mil bajas. El país entonces cuenta con 2 millones y medio. La confrontación con Perú y Bolivia se extiende de 1879 a 1883, es decir, un quinquenio. Las bajas no superan las 5 mil. Se indican las cifras para que el lector capte el volumen de barbarie que tuvo aquella conflagración intestina.Durante medio año el país tuvo dos gobiernos con sus respectivas capitales -Santiago e Iquique-, monedas diferentes y diplomacias paralelas. Por cierto hay FFAA antagónicas que chocan en los entreveros mencionados con aquel macabro saldo de víctimas. Lo curioso -digno de estudiarse- es que ni Lima ni La Paz aprovechan el quiebre interno para un operativo de revancha.
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Un choque político y bélico escinde nuestra sociedad. Lo genera la rebelión oligárquica contra el Presidente. Logra mayoría en el Congreso y manipula la Armada. El Ejército adhiere al Poder Ejecutivo. Entonces diputados y senadores abandonan la Capital por Valparaíso. Se instala en la recién conquistada Tarapacá un gobierno de facto. La apoya Londres. Motivo: el plan de La Moneda de nacionalizar el oro blanco y las ferrovías que, al finalizar la Guerra del Pacífico pasan a propiedad británica. El jefe del Estado es acusado de "dictador" y en su contra se enarbola como panacea el parlamentarismo. La contrarrevolución dispone de financiamiento en libras esterlinas y del aparato mediático del Reino Unido. Es el factor que le permite imponerse. Cae el proyecto de desarrollo autosostenido con énfasis en el industrialismo. Sobre una pirámide de cadáveres Balmaceda se suicida. Centenares de gobiernistas son proscritos y abandonan el país. Es el triunfo de la fronda aristocrática. Se consolida así el "crecimiento hacia afuera". Rotos y peones son la carne de cañón del imperialismo británico en aquel sórdido 1891 como en 1879.
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