El comandante en Jefe del Ejército al asumir su cargo rehabilita al general Prats y sumerge en el anonimato al general Pinochet. En virtud de esa suerte de libertad de cátedra se reivindica a José Antonio Vidaurre Garretón, personaje del siglo XIX. La historia oficial lo cubre de ignominia. Durante prolongado lapso es estigmatizado como paradigma de “traidor”. Sus familiares que se quedan en Chile, para evitar represalias, añaden a su apellido, como suplemento, el adjetivo “Leal”. Propósito: diferenciarse de aquellos refugiados en Argentina.
1837… Diego Portales organiza la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana. Los oficiales discrepan de esa política agresiva. No conciben que repúblicas fraternas sean objeto de un ataque. En el proceso de la Independencia han operado mancomunadamente con ambos pueblos. Desde otro ángulo, repudian la metódica represiva de los vencedores de Lircay. El paredón está activo, las mazmorras atiborradas de opositores y Juan Fernández convertido en penal. Entonces se insurreccionan, como expresan en la proclama que redactan, “Contra el despotismo y la guerra por la libertad y la paz”.
El 17 de junio, al visitar Quillota, donde está la tropa el ministro es arrestado. Los insurgentes tratan de copar el puerto, pero esa guarnición no se pliega al movimiento. En medio del ajetreo frenético que la circunstancia supone, Portales es sometido a sumarísimo juicio y ejecutado. El “quillotazo” –al anochecer- está abortado. Vidaurre –héroe de la Independencia y líder del alzamiento castrense- pasa a la clandestinidad. Cuatro meses está fugitivo. Por último, lo atrapan y es fusilado por la espalda.
El régimen portaliano -encabezado por el Presidente Prieto- volverá entonces a empeñarse en ese afán bélico que culmina en Yungay. Mientras tanto –como se anticipa- denigra al caudillo asesinado y aniquila a sus simpatizantes. Los acusa de recepcionar financiamiento de Palacio Quemado. Hoy -a 170 años de aquel pronunciamiento bolivariano– con la misma autonomía de vuelo interpretativo de Oscar Izurieta se rehabilita al comandante en jefe del Ejército de Chile que, en 1837, se la juega por la concordia en el Cono Sur y por la defensa de los DDHH.
1837… Diego Portales organiza la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana. Los oficiales discrepan de esa política agresiva. No conciben que repúblicas fraternas sean objeto de un ataque. En el proceso de la Independencia han operado mancomunadamente con ambos pueblos. Desde otro ángulo, repudian la metódica represiva de los vencedores de Lircay. El paredón está activo, las mazmorras atiborradas de opositores y Juan Fernández convertido en penal. Entonces se insurreccionan, como expresan en la proclama que redactan, “Contra el despotismo y la guerra por la libertad y la paz”.
El 17 de junio, al visitar Quillota, donde está la tropa el ministro es arrestado. Los insurgentes tratan de copar el puerto, pero esa guarnición no se pliega al movimiento. En medio del ajetreo frenético que la circunstancia supone, Portales es sometido a sumarísimo juicio y ejecutado. El “quillotazo” –al anochecer- está abortado. Vidaurre –héroe de la Independencia y líder del alzamiento castrense- pasa a la clandestinidad. Cuatro meses está fugitivo. Por último, lo atrapan y es fusilado por la espalda.
El régimen portaliano -encabezado por el Presidente Prieto- volverá entonces a empeñarse en ese afán bélico que culmina en Yungay. Mientras tanto –como se anticipa- denigra al caudillo asesinado y aniquila a sus simpatizantes. Los acusa de recepcionar financiamiento de Palacio Quemado. Hoy -a 170 años de aquel pronunciamiento bolivariano– con la misma autonomía de vuelo interpretativo de Oscar Izurieta se rehabilita al comandante en jefe del Ejército de Chile que, en 1837, se la juega por la concordia en el Cono Sur y por la defensa de los DDHH.
No hay comentarios:
Publicar un comentario