Las U se liceanizan. He aquí algunos datos concretos. En situaciones de conflicto aparecen curiosos Centros de Padres y Apoderados con el mismo estilo que exhiben sus homónimos de EGB y en la EM... En este escenario tales «soviets» reconvierten en colegiales a los estudiantes, es decir, los «enanizan». Implican, desde otro ángulo, grosera interferencia en los asuntos académicos, de individuos ajenos al claustro. Fui testigo de cómo un progenitor vapuleara, públicamente, al rector de la UTEM durante una huelga. Quizás, dentro de poco según Mariana Aylwin, puedan intervenir en las políticas de aprendizaje, los reglamentos disciplinarios y las decisiones financieras (sic).
Otra manifestación del síndrome liceano muy notorio en Pedagogía y Trabajo Social, es visualizar como algo normal las eximiciones. Son, al 2005, ya frecuentes en todas las UU, y no escapa ninguna «carrera». Esta práctica «abarata» los estudios, disminuye al alumno la posibilidad de alcanzar desplante y resta majestad la cátedra. Incluso se «ofrece nota», es decir, se obsequia la Incluso se «ofrece nota», es decir, se obsequia la aprobación con calificación mínima o mediocre. Las pruebas -por lo general- son de ensayo, dicho de otro modo, con preguntas «abiertas». La evaluación, obvio, es subje tiva y el docente opta por corregirlas «a ojo» con escala de 5 a 7. Son frecuentes las «pruebas recuperativas para rezagados», que un colega denomina «prostitutivas» y «los trabajos de investigación»... simples plagios.
Las bibliografias son decorativas. Las sustituyen los «apuntes». Cada alumno -igual que en el liceo- como se anticipara, asume como escribiente. Convertido en apéndice del «bic» no consulta ni discute. La modificación de la metodología desencadena la «conversacionitis». La clase entonces se «dicta» sin confesar que es dictada. Se advierte eso sí, que los «controles» se basan en materia «pasada» en aula. Con esto se reduce la mortificante plática clandestina, pero muere el alma de la docencia que es el diálogo. El sistema es incapaz de inculcar a la ciudadanía que la educación es un privilegio que cuesta «sangre, sudor y lágrimas» al país y a la familia.
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