La rehabilitación del mariscal Santa Cruz efectuado por Ollanta en La Paz es sorprendente. Ello incluye el elogio a la Confederación Perú-Boliviana que edifica aquel estadista paceño. El experimento (1832-1835) que tambien dispone de simpatizantes en Santiago y en Quito es destruído no sólo por la oligarquía chilena, sino también por adversarios internos. Los generales Salaverry, Gamarra y Castilla de Perú así como otros militares bolivianos Ballivián, Velasco y Gamio son fragmentadores -o como se expresa en el Río de la Plata- "balcanizadores" y, por ende, sus adversarios tenaces.
El proyecto crucista se inspira en San Martín y Bolívar de cuyos Estados Mayores el mariscal de Zepita es integrante. En Chile se difunde hasta hoy la teoría del imperialismo incaico que podría derivar de la consolidación del eje La Paz-Lima y se insiste en rasgos personales negativos de Santa Cruz como, por ejemplo, “perfidia” y “doblez” para justificar agresión que culmina en Pan de Azúcar con el derrumbe de la Confederación. Incluso en los textos escolares aparece el retrato del personaje ya anciano y nunca con la estampa que corresponde a la época en que integra las dos repúblicas.
Juan Manuel de Rosas impulsa un frustrada guerra “contra el cholo Santa Cruz”. Allí hay de partida racismo. Fracasa en el esfuerzo bélico que, en cierto modo, está coludido con Santiago. En Chile nace ya entonces la fobia a los bolivianos. Con la Guerra del Pacífico (1879-1883) se intensifica. Hoy está incorporado al ADN de todo un pueblo. En Bolivia la oposición a Santa Cruz de nutre de antiperuanismo, pues se propala que el ensayo confederal favorece a Perú en perjuicio de Bolivia. Lo mismo se manifiesta, a la inversa, en Perú. Allí, más que eso, hay un factor racista el desprecio a lo serrano. Los Incas -congelados en el ayer remoto- se aplauden, pero la indiada de hoy se desprecia.
Tal fobia es cosa viva en las elites blancas de la Costa, en particular, de Lima. Allí se ve a Santa Cruz como un invasor, un conquistador, un napoleón de pacotilla, un "macedón" aymará. Para los “caballeros de fina estampa” aquello que bajaba del macizo andino era la muchedumbre indígena y como blancos repudian estar bajo la tutela de un mundo que imaginan semibárbaro. Ellos se oponen a la Confederación “bala en boca”. Como son derrotados acuden al auxilio externo. Vicente Rocafuerte les cierra las puertas de Ecuador. Entonces recurren a Chile. Allí gobierna otra elite blanca -"gente decente"- con la cual se asocian.
Nace así el Ejército Restaurador encabezado primero por Manuel Blanco Encalada y luego por Manuel Bulnes. En los Estados Mayores de una y otra expedición están los militares y los civiles que aborrecen el crucismo y anhelan la fragmentación. Anhelan la Independencia ante el afán aglutinante de Palacio Quemado que los oprime. En la medida que la II registra éxito hasta obtener una victoria contundente en Yungay, brotan como hongos después de un aguacero, incluso en Bolivia los desmembradores se imponen. Por cierto todos, después del derrumbe confederal, brindan honores a jefes y oficiales de Chile. Se genera una ingenua chilenofilia en Perú y Bolivia.
No sólo chilenofilia, sino en Perú se vigoriza la fobia a Bolivia y a los bolivianos. 40 años más tarde con la confrontación del guano y del salitre se acentúa, en el ADN peruviano, ese desprecio por los bolivianos que contribuye a restar simpatía a la Confederación. En esa otra guerra los peruanos se estiman abandonados por sus aliados. La presunta traición habría facilitado el triunfo de las tropas chilenas. Tanto en la historiografía peruana como en el imaginario colectivo está el doble prejuicio: chileno=ladrón y boliviano=desleal. Cada oligarquía amamanta a sus gobernados – ignorantes y pobres- de odio o desdén respecto a los pueblos vecinos. La atomización se legitima con la siembra prolija de patriotería.
La patriotería es epidemia conocida, a la francesa, como "chauvinismo". Obstaculiza la reintegración y estimula el desenfreno armamentista. Por eso sorprenden las declaraciones de Humala. Equivalen a las opiniones favorables al Paraguay de Francisco Solano López en la Guerra de la Triple Alianza formuladas -entre varios- por Juan Bautista Alberdi en el siglo XIX y en el XX por Jorge Abelardo Ramos. Es la fuerza renovadora del revisionismo histórico. Las opiniones del próximo mandatario peruano exaltando al Andrés Santa Cruz y valorando la Confederación Perú-Boliviana son per se un aporte vivificante que ensabla con expresar que bolivianos y peruanos constituyen una misma nacionalidad.
El proyecto crucista se inspira en San Martín y Bolívar de cuyos Estados Mayores el mariscal de Zepita es integrante. En Chile se difunde hasta hoy la teoría del imperialismo incaico que podría derivar de la consolidación del eje La Paz-Lima y se insiste en rasgos personales negativos de Santa Cruz como, por ejemplo, “perfidia” y “doblez” para justificar agresión que culmina en Pan de Azúcar con el derrumbe de la Confederación. Incluso en los textos escolares aparece el retrato del personaje ya anciano y nunca con la estampa que corresponde a la época en que integra las dos repúblicas.
Juan Manuel de Rosas impulsa un frustrada guerra “contra el cholo Santa Cruz”. Allí hay de partida racismo. Fracasa en el esfuerzo bélico que, en cierto modo, está coludido con Santiago. En Chile nace ya entonces la fobia a los bolivianos. Con la Guerra del Pacífico (1879-1883) se intensifica. Hoy está incorporado al ADN de todo un pueblo. En Bolivia la oposición a Santa Cruz de nutre de antiperuanismo, pues se propala que el ensayo confederal favorece a Perú en perjuicio de Bolivia. Lo mismo se manifiesta, a la inversa, en Perú. Allí, más que eso, hay un factor racista el desprecio a lo serrano. Los Incas -congelados en el ayer remoto- se aplauden, pero la indiada de hoy se desprecia.
Tal fobia es cosa viva en las elites blancas de la Costa, en particular, de Lima. Allí se ve a Santa Cruz como un invasor, un conquistador, un napoleón de pacotilla, un "macedón" aymará. Para los “caballeros de fina estampa” aquello que bajaba del macizo andino era la muchedumbre indígena y como blancos repudian estar bajo la tutela de un mundo que imaginan semibárbaro. Ellos se oponen a la Confederación “bala en boca”. Como son derrotados acuden al auxilio externo. Vicente Rocafuerte les cierra las puertas de Ecuador. Entonces recurren a Chile. Allí gobierna otra elite blanca -"gente decente"- con la cual se asocian.
Nace así el Ejército Restaurador encabezado primero por Manuel Blanco Encalada y luego por Manuel Bulnes. En los Estados Mayores de una y otra expedición están los militares y los civiles que aborrecen el crucismo y anhelan la fragmentación. Anhelan la Independencia ante el afán aglutinante de Palacio Quemado que los oprime. En la medida que la II registra éxito hasta obtener una victoria contundente en Yungay, brotan como hongos después de un aguacero, incluso en Bolivia los desmembradores se imponen. Por cierto todos, después del derrumbe confederal, brindan honores a jefes y oficiales de Chile. Se genera una ingenua chilenofilia en Perú y Bolivia.
No sólo chilenofilia, sino en Perú se vigoriza la fobia a Bolivia y a los bolivianos. 40 años más tarde con la confrontación del guano y del salitre se acentúa, en el ADN peruviano, ese desprecio por los bolivianos que contribuye a restar simpatía a la Confederación. En esa otra guerra los peruanos se estiman abandonados por sus aliados. La presunta traición habría facilitado el triunfo de las tropas chilenas. Tanto en la historiografía peruana como en el imaginario colectivo está el doble prejuicio: chileno=ladrón y boliviano=desleal. Cada oligarquía amamanta a sus gobernados – ignorantes y pobres- de odio o desdén respecto a los pueblos vecinos. La atomización se legitima con la siembra prolija de patriotería.
La patriotería es epidemia conocida, a la francesa, como "chauvinismo". Obstaculiza la reintegración y estimula el desenfreno armamentista. Por eso sorprenden las declaraciones de Humala. Equivalen a las opiniones favorables al Paraguay de Francisco Solano López en la Guerra de la Triple Alianza formuladas -entre varios- por Juan Bautista Alberdi en el siglo XIX y en el XX por Jorge Abelardo Ramos. Es la fuerza renovadora del revisionismo histórico. Las opiniones del próximo mandatario peruano exaltando al Andrés Santa Cruz y valorando la Confederación Perú-Boliviana son per se un aporte vivificante que ensabla con expresar que bolivianos y peruanos constituyen una misma nacionalidad.
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