Era
la memoria del país. A sus ojos no escapan tirios ni troyanos. Reyes y
plebeyos alabaron su pluma mordaz e iconoclasta. Moros y cristianos quisieron
destruirlo por sus agudos cuestionamientos
casi siempre certeros. Gracias y desgracias de nuestro país
quedan atrapadas en sus artículos, crónicas y libros. Estos superan los 30 títulos.
Genio y malgenio de nuestra idiosincrasia. Odiado y admirado. Nadie permanece indiferente ante su figura y obra.
Escribe
sobre condumios y picadas, chincheles y caferatas. Es la voz resucitada de
Gardel y el guardián de Huidobro, Lihn, Arenas, Donoso y el estandarte de la Generación del
50. Fue promotor de tertulias culturales, adalid de talleres literarios,
guaripola de intelectuales. Ahora ¡ay! me entero que este ingenio de las
letras –Enrique Lafourcade- lucha contra el olvido, dura enfermedad que a todos
nos acecha. El caso, eso si, es diferente a otros, pues su memoria perdura en lo que escribiera.
Mentessana ("El Mercurio" - 26.02.2013)
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