lunes, 28 de abril de 2014

CABALLO DE TROYA (Fernando Villegas)


El salvataje ( de la UMCE) contempla reconvertirla en una dependencia de la Universidad de Chile, lo cual constituye un curioso remedio: es como si un cirujano pretendiera curar a un enfermo de cáncer trasladando el tumor desde un órgano a otro.



Dicha iniciativa ni siquiera calmará las aguas en el corto plazo. Los numerosos individuos que conforman, asesoran o vigilan la directiva estudiantil ya afirmaron que seguirían en su habitual estado de movilización. Eso ratifica lo que debiera haber sido obvio desde un principio, a saber, que ningún incendio va a extinguirse cambiando de lugar a los pirómanos. Al contrario, a la larga éstos prenderán fuego en otras Facultades de la Universidad de Chile. Motivos nunca faltan: aun si se cuelga de un gancho de carnicería al actual rector y se conceden todas las demás exigencias, aun así quedarán varias causas pendientes. Hay tanto que arreglar en este mundo. Podrán empezar exigiendo que el crédito sea concedido a toda la masa estudiantil y se triplique su monto, que no se cancele nunca, se adelanten las vacaciones -una U porteña protagonizó jornadas de protesta sobre la base de esta plataforma-, renuncie la ministra de Educación y abdique don Ricardo.

Se pretende rescatar a la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación del marasmo en que se encuentra luego de una década en que su rutina académica ha contemplado al menos un par de jornadas de protesta a la semana, dos movilizaciones al mes, un paro por semestre y actos de homenaje al guerrillero caído, una de sus más celebradas efemérides. El salvataje contempla reconvertirla en una dependencia de la Universidad de Chile, lo cual constituye un curioso remedio: es como si un cirujano pretendiera curar a un enfermo de cáncer trasladando el tumor desde un órgano a otro. Con varias facultades proclives a similares estallidos de delirio protestatario y problemas financieros y académicos casi insuperables, lo menos que necesita la Universidad de Chile es enredarse en otro conflicto. No importa: genios luminosos están ya empujando hacia sus puertas este vociferante caballo de Troya.

Lo cierto es que el desorden de un centro estudiantil, menos todavía si es crónico, no se repara satisfaciendo demandas de dirigentes cuya razón de ser no es "dar la pelea" por tal o cual agravio, sino buscar agravios para seguir en la pelea; de eso dependen sus carreras políticas. En el caso de la Metropolitana opera, además, el peso de una tradición que se remonta a los 60 y actúa sobre los estudiantes como una maldición bíblica pasando de padres a hijos; nos referimos a su colonización político-partidista absoluta, la cual se inició cuando era la Facultad de Educación y Ciencias Sociales de la Universidad de Chile; el mal aquejaba a la universidad en su conjunto, pero el del "Pedagógico" fue siempre el caso más grave. Allí fue donde los partidos de izquierda y extrema izquierda reclutaron y formaron a gran parte de sus nuevos cuadros, apabullaron al resto del alumnado con la fuerza de su organización y prepotencia doctrinaria -después de todo iban a redimir al mundo- y en el proceso de hacerlo hicieron pedazos la frágil disciplina de un campo profesional cuya sustancia y disciplina académica era y es de muy modesto pedigrí. 

Agréguese el hecho de que las pedagogías nunca han sido polo de atracción de los jóvenes más brillantes de cada sucesiva promoción escolar: al contrario, convocan a gente con puntajes más bien mediocres que luego, en las aulas, afrontan currículos con exigencias medianas orientadas a un quehacer profesional oscuro y sin futuro. No es raro, entonces, que en su población estudiantil siempre haya existido esa masa crítica de frustración e insatisfacción que apaga la sed de dicha ira bebiendo con deleite cualquier doctrina que profese el credo de poner al mundo patas para arriba. El resentimiento unido al discurso de la protesta y a la doctrina del cambio total hacen explosiva mezcla. Los universitarios fracasados y revolucionarios que pululan en las novelas rusas de fines del siglo XIX son una excelente representación literaria del fenómeno.

Convertida por esas razones en parte inamovible del modo de ser institucional y anímico del Pedagógico, la hipersensibilidad a injusticias reales o ilusorias es una herencia que se traspasa de una generación a la siguiente sin otros cambios que el lenguaje y los pretextos. Dicho mal hereditario no se sana con concesiones; al revés, Cada ítem satisfecho abre el apetito para demandas aún más delirantes que paso a paso degradan la U a la calidad de caja de resonancia de la "lucha social". Y convertida ya en asilo de una pobreza intelectual disfrazada de riqueza de sentimientos por los "desposeídos", aquélla comienza a producir malos o mediocres profesionales y buenos o hasta excelentes activistas. De una y otra cosa dan fe el talante y postura del actual profesorado, con contadas excepciones. En cuanto a la masa indistinta que no resistió el despilfarro que otros hicieron de su tiempo, de ahí emerge el producto principal de nuestro sistema educativo: un vasto ejército de quejicosos vitalicios buenos para nada. qp 

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