Eso de los “pueblos originarios” permite el
surgimiento de un curioso "racismo de izquierda". Siempre se
identifica ese “ismo” con lo hitleriano. Sin embargo, lo ponen en práctica -sin
publicidad- los eurocoloniajes en Asia, Africa y el Nuevo Mundo. Recuérdese la
consigna yanqui: “el único indio bueno es
el indio muerto” y el aparheid en la patria de Mandela. Las
clases pudientes de cada república de nuestra América hicieron racismo
solapado: fomentan la endogamia –“cada oveja con su pareja”- e impulsan la
euroinmigración para blanquearse y, si fuese posible, “enrubiarse”.
Mientras tanto se arrincona a cumas, patipelados, picantes, guachafos, pelaos, grasas, cabecitas negras, cholos, es decir, a millones -no menos del 90% de la
población- juzgados ordinarios, fétidos, feos y piojentos. Aun más, mediante
sutiles mecanismos internalizan a esa multitud un feroz complejo de
inferioridad por su talla, estatura, rasgos faciales, color del pelo. Esta
tragedia alcanza el clímax cuando palogruesos, futres, oligarcas,
pisaverdes, pijes, paltones... convencen a esos "condenados de la
Tierra" que "la raza es la mala" y, de yapa, se enseña en aula a
escupir sobre los conquistadores por “codiciosos y crueles" y sobre los
erróneamente denominados “indios” por "flojos y salvajes". El tétrico
paisaje se sella estimando la expresión "mestizo" insólita y,
poco menos, que injuriosa.
Ahora bien, no más del 5% de la población
de Latinoamérica es amerindia. El resto somos mestizos. Por cierto que hay
mestizos recientes, intermedios y consolidados, pero -como expresa Rubén
Blades- todos somos "hijos de la mezcla". Incluso inmigrantes
reciente -sobretodo árabes, italianos y, por cierto, españoles- proclives al
mestizaje se incorporan a la gigantesca retorta y efectúan la contribución
sanguínea y cultural a la nuestramericanidad. Hay -desde la raíz hace
medio milenio- una vocación de mixtura que consolida las tres hebras
fundacionales -aborigen, ibérica y africana- y, al mismo tiempo, enriquece el
conjunto acentuando su caleidoscópica fisonomía sin que se estrague la
identidad. No obstante, hay toda una acción interna y externa destinada a
exaltar a esa minoría con el marbete de "pueblos originarios". Así, a
la mitomaníaca inflación cuantitativa, se une otra cualitativa. Si el 5% se
proclama el único raigal se deduce que el resto sería alóctono, es decir,
extranjero. Eso constituye una maniobra publicitaria, pues si de nativísmo se
trata habría que pensar sólo en cazadores siberianos, en canoeros polinesios o
en ignotos australásicos.
Lo cierto es que nuestro "mundo ancho y ajeno" -extendido de la Tierra del Fuego a México- se funda en 1492. En aquel año comienza no el Descubrimiento como manifiestan los nostálgicos del Virreinato y tampoco el Encuentro de 2 Culturas como se dijo a propósito del V Centenario, sino la Fusión de 3 Mundos. Ello porque no se debe olvidar el componente afronegroide. Desde otro ángulo, a diferencia de EEUU que es "mosaico" –“juntos, pero no revueltos”- nuestra América es "crisol". En virtud de lo anotado hay que desenmascarar el racismo de babor sostenido por los declinantes grupos marxistas, por ONGs que se nutren de dinero exótico y por Europa que apetece “pasteurizarse” de su culpa colonial creándonos problemas raciales. Incluso en Caracas han influido y Chávez suprime la Fiesta de la Raza, consagra el 11 de octubre como Día de la Resistencia Indígena y el Municipio de Lima retira el monumento de Francisco Pizarro. Con ello se imita a México que, insensatamente, se jacta de no poseer ninguna estatua de Hernán Cortés. Ese 5% y sus animadores in situ -todos mestizos y "blancones" como el mismo Marcos cuyos ojos glaucos emboban a los eurocéntricos- reiteran, por ejemplo, que Yucatán alberga a la “nación” maya y en Chile la VIII y IX Regiones sería el hábitat de la "nación" mapuche.
Los marxistas –ayer eurosoviéticos- se trepan al carro del indigenismo
que, por lo demás, es instrumentalizado ya hace 200 años por los bisnietos de
los encomenderos para legitimar la Independencia. Generan, de Chiapas a la
Araucanía, insurgencias racistas. Olvidan que eso precipita la
balcanización. Por otro lado, encubre una impostura porque el universo maya fue
encontrado ya extinto por los exploradores peninsulares y los mapuches al
urbanizarse se chilenizan siendo el éxodo rural inatajable. Los
“zapatistas” actuales no son mayas, sino chiapatecos y sociológicamente campesinos pauperizados.
Nuestros araucanos también aspiran a suelo y dignidad ¿no es esa
la bandera de Zapata, Villa, Carranza y los Flores Magón? Sin
embargo, juzgarlos “naciones” en cuyos
vientres hay etnias puras constituye
una “maña, artimaña o patraña”. La animan los secuaces de aquel
exseminarista georgiano, luego “señor de horca y cuchillo” de la URSS,
experto en nacionalidades que entendía esa materia como traumática
rusificación. Si ayer José Carlos Mariátegui exhorta a “¡Peruanizar el Perú!”
hoy, por ejemplo, a Evo corresponde “¡Bolivianizar a Bolivia!”. Ello supone
acentuar lo mestizo, es decir, “cholificar” a diestra y a siniestra y no caer
en trampas como “respeto a lo diverso”, “multietnicidad” y “plurilingüismo”.
Estos brulotes pseudoantropológicos encubren el frenesí indigenista que
hiperfragmenta y, con ello, favorece a los imperios.
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