Tejas, Nuevo México, Colorado,
Arizona, Nevada, Utha y California –hoy suelo yanqui- fueron, desde siempre y
hasta ayer, patrimonio de México. Ello explica la toponimia hispánica de dichas
comarcas y la población, predominantemente “chicana”. Son casi 2 millones de
km2 los fagocitados por el Coloso del Norte. Lo logra mediante un “negocio”
hecho con dólares y sangre. El botín es una superficie equivalente a Argentina.
Con ella el Tío Sam se convierte en bioceánico. La teoría del Destino Manifiesto
se inaugura amputando el 50% de su territorio al país de Octavio Paz
¿Podrá sorprendernos el bloqueo de Cuba? ¿O la invasión a Panamá con el
secuestro de su Presidente de la República? Aquí ese imperialismo desestabiliza
a Allende y, con el pretexto de los DDHH, chantajea a Pinochet. La estafa
frutera y la persecución a Cardoen son teclas del mismo piano... Es sospechoso
cómo los manuales escolares eluden referirse a aquella ola expansionista.
Callan también las cátedras de Historia de América de las Universidades ¿Será
que becas y grants –made in USA-
silencian a los académicos? Por amnesia o soborno ese acto violatorio de la
soberanía del Estado azteca ha sido acallado.
Los mexicanos, en 1848, con el
Winchester en la espalda, suscriben el
Tratado por el cual “ceden” al demócrata vecino, la mitad de su territorio.
Marx y Engels –desde Europa- aplauden aquello como triunfo de la civilización
sobre la barbarie. Las repúblicas de Iberoamérica y España permanecen
inmutables ante el despojo. Pronto pagarán caro la cómoda apatía. Frente a este
y otros atropellos gringos es útil releer a Gabriela Mistral. En “El grito”
enseña que el gigantismo de Yanquilandia se explica por la miopía de nuestra
clase política y la incompetencia del mundo hispánico para reintegrarse. Sin
duda, una advertencia perdurable.
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