I.
Se observa desencanto muy temprano
en los centros que preparan docentes. Pareciera que tales ámbitos poco o nada motivan para el ejercicio
de la enseñanza. Escucho que allí los alumnos “no ingresan, sino caen”. Arancel barato, ausencia de examen de
admisión, exigencia mínima de puntaje de PSU. Entrevistados los matriculados
nos encontramos con la sorpresa
siguiente: 78% expresa “daré la PSU de
nuevo”. Por otro lado, las materias que comienzan a cursar no los sumergen
–como debería- en la realidad que vivirán apenas se titulen. El imaginario
colectivo presenta tal panorama como una dilatada noche poblada de fantasmas.
Lo anotado obliga a recordar a
Nicanor Parra quien, en “Autorretrato” anota: “yo que soñé fundiendo el cobre y puliendo las duras aristas del
diamante… heme aquí con la nariz podrida por la cal de la tiza degradante”.
Expresiones habituales, por ejemplo, son “Soy
profesor, no más” y un gurú del MINEDUC –ignoro si en broma- aludió a los
“pobresores”. El hecho cierto, es que el apocamiento se torna pandemia en el
magisterio y –lo que es peor- en los centros donde éstos se preparan para
enseñar. En los medios –y desde siempre- se adosa el adjetivo “humilde” al maestro primario –hoy
básico- y “modesto” al medio ayer
profesor “secundario”.
El desafío se plantea: ¿es
posible revertir esa situación que supone aceptar el título no como rango, sino
como estigma? ¿Podremos aspirar a Facultades de Educación que plasmen un docente
tan entusiasta como ilustrado? ¿Será indispensable introducir el deporte o el senderismo como materias obligatorias? ¿No será acaso necesario familiarizar al alumno con e quehacer escolar? ¿Bastará con las jornadas de
perfeccionamiento y las fugaces pasantías? ¿Si las Escuelas Normales, en su momento, internalizan mística académica ¿por qué en esa esfera fracasan
los Pedagógicos?
Nuestros docentes carecen de fe en la trascendencia de la labor
de aula. Esta resurrección anhelada pasa por renovar los centros de
capacitación magisteriales, comenzando por el Campus Macul. Otro requisito es devolver al
magisterio su autoridad. Sin ella es una marioneta. El la empresa de privar de
prerrogativas a quienes consagran su existencia al noble oficio de enseñar
convergen funcionarios magisteriales, ediles populacheros, psicólogas
norteamericanizantes, sostenedores cuya meta es el lucro ¿Constituirá una
quimera ante tan potentes fuerzas intentar una contraofensiva?
II.
El educador básico –durante siglo y medio- se prepara en las
Escuelas Normales. La primera la funda
Domingo F. Sarmiento en 1843. Luego se funda una por región. Operan con régimen
de internado y son planteles de nivel intermedio. Los estudios duran un sexenio
y los alumnos son todos becados y prolijamente seleccionados por la escuela
primaria. Los postulantes sometidos a examen de admisión. El principal plantel
es la Escuela Normal “J. Abelardo Núñez”, sita en la capital. El producto: el
normalista, un docente con mística y prestancia, cuya labor civilizadora y
chilenizarte deja perdurable huella.
La Universidad de Chile aunque se
funda en 1842 sólo en 1887 asume como propia. La tarea de preparar profesores
de enseñanza media. En tal decisión se combina la visión del Presidente
Balmaceda y su ministro Bañados Espinosa así como el afán innovador de Valentín
Letelier. Nace así el Instituto Pedagógico. Hoy el país lo conoce por sus
calamidades, pero por un siglo ostenta prestigio suramericano. Lo alberga la
Facultad de Filosofía y Educación. Luego se autonomiza como UMCE. Como centro
formativo experimenta venturas, aventuras y desventuras.
Al abolirse las Escuelas Normales
la preparación de docentes básicos pasa a la Universidad y, por otro lado, se
multiplican las Facultades de Educación. Por lo general cualquier Universidad
regional o local inaugura sus labores ofreciendo cursos de pedagogía. Pareciera
que tal preparación masiva gravita
negativamente sobre el sistema. Hubo necesariamente que improvisar catedráticos
para atender las necesidades de los usuarios. Muchos de estos se matriculan no
porque les interese la docencia sino porque es lo que la entidad ofrece. Por lo
demás es la opción de exhibir rango de “universitario” y, en cierto modo,
evadir el compromiso de aportar económicamente al hogar al asomarse a la
veintena.
III,
El instituto Pedagógico
históricamente es emblemático en la preparación de un profesional sui generis
que exhibiera el muy germánico título de “Profesor de Estado”. El uso lo
identifica como “pedagogo” para diferenciarlo del “normalista”. Funciona hasta
mediados de los 50 en Cumming y Alameda para luego trasladarse a Ñuñoa a
recinto hasta ese instante ocupado por Colegio Universitario Inglés. Desde
entonces hasta ahora se le adosan apodos como Pedantógico –derivado de pedante-
Termas de Macul por el relajo, el césped y la arboleda o Piedragógico por
cíclicas reyertas a pedradas entre alumnos encapuchados y policías.
En torno a 1967, es el epicentro
de un proceso de reforma que precipita la dimisión del rector Eugenio González
y abre la puerta malsana tiranía de los partidos políticos. Desde 1973 es
sometido a sucesivas purgas. El régimen lo separa de su Alma Mater y así nace
la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación UMCE con catedráticos
improvisados y alumnos en los cuales aparecen acentuadas aquellas deficiencias
anotadas al comenzar esta nota: anorexia intelectual, politización tan
extendida como superficial, desmotivación respecto al futuro desempeño y
automenoscabo.
Un balance indica que el
Pedagógico no logra diseñar el perfil de docente que el país requiere para
educar adolescentes en liceos fiscales y colegios privados. Réplicas suyas
brotan en todo el país con el nombre de Facultades de Educación. En el original
y en las copias se observan las mismas falencias: prestigio sobredimensionando
de la especialidad y desdén por las cátedras de pedagogía. En las aulas se
difunde el desprecio por la docencia y la sobrevaloración de la investigación.
No se logra un equilibrio de género en el contingente estudiantil. La
abrumadora mayoría son alumnas. La práctica docente continúa retardada a los
últimos semestres. Algo que jamás ocurre, por ejemplo, en las Facultades de
Medicina, las Facultades de Educación carecen de su propio centro de práctica.
IV.
Un poco regresando a lo que
recién se comenta añádase que el estudio de cualquier profesión exige asociar
la teoría y la práctica. En esa esfera los estudios atingente a la salud
–medicina y enfermería- exigen, desde el comienzo, delantal blanco y hospital.
La profesionalización del futuro galeno o enfermera supone precipitarlo, desde
el comienzo, al ámbito en que tendrá que desenvolverse de por vida. Ello
permite –cosa importante- ahuyentar a quienes carezcan de aptitudes y vocación
Los alumnos de Pedagogía no saben lo que es ese rito de pasaje que consiste en
visitar la morgue y efectuar una necropsia. Permanecerán durante un quinquenio
ajenos al bullicio adolescente y la campana de colegio, es decir, no sabrán lo
que “es canela ni chocolate con flan”.
En general, permanecen en una torre de marfil ajenos a la realidad que supone enseñar. Tarea no fácil
hoy como tampoco fue fácil ayer.
La preparación exige conferir a
lo teórico y a lo práctico la misma jerarquía e idéntica simultaneidad. La
realidad es otra: la hoy denominada “carrera” comienza con un contundente fardo
de cátedras librescas y el proceso profesionalizador queda postergado. Quizás
por lo dicho se observa una aguda deficiencia para la gobernabilidad del aula y la transferencia de materia. El
adolescente capta la ausencia de desplante y la debilidad didáctica de nuestro
titulado desde el primer minuto. Se suele escuchar: “el profesor sabe mucho, pero no sabe enseñar”. Otra observación
crítica de nuestros alumnos de Pedagogía es el menosprecio por la gimnasia, el
atletismo y el deporte. La institución no incluye en su malla tales disciplinas
y pocas la favorecen en su práctica extra aula. Lo mismo podemos manifestar en relación a lo coral, lo teatral y
el manejo de instrumentos musicales.
El alumno de Pedagogía –desde
otro ángulo- por la condición multitudinaria de los cursos, por lo general,
está ajeno a disfrutar del padrinazgo de un académico. Aquel que lo guíe en
sus investigaciones, lo oriente en sus dudas y ejerza sobre su personalidad aun
embrionaria un benigno influjo. Entre los enseñantes y los aprendices se
observa un quiebre. La urgencia laboral de aquellos y la apatía de éstos
origina ausencia de diálogo y de mancomunión de tareas que pueden ser no sólo
académicas, sino también recreativas.
En general, nuestro alumno de Pedagogía
exhibe más sombras que luces en el plano visible de su vida académica. Ello
repercutirá negativamente en el ejercicio de las tareas propias de la profesión
docente. Si el balance es desfavorable las expectativas de un viraje son
factibles. Ello permitirá abrir la puerta al docente de nuevo tipo que el país
requiere en el siglo XXI.
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