viernes, 18 de julio de 2014

IGLESIA: GRATITUD E INGRATITUD

La gratitud es un valor. Si corresponde la enseño en aula. Cuando se devalua u olvida me indigno. En 1975 ejerciendo aun como catedrático del Campus Macul soy denunciado por la decana Lucía Izoard García como "ayudista de las clínicas clandestinas del MIR". Se basa en mi empeño por recolectar fármacos que entonces servían para  el consultorio del Dr. Diego Whittaker. Me los obsequian alumnos míos hijos de farmacéuticos y médicos. Hay que ubicarse en el contexto histórico para comprender, por un lado, la sórdida intención de esa persona designada por decreto para tal cargo y, por otro, mi temor lindante en el pánico ante el infundio.

En aquel  trance -por sugerencia de Leonardo Jeffs- apelo al sacerdote Raúl Feres. Me escucha sin comentario alguno. Acto seguido extiende un certificado atestiguando que los fármacos se destinan al Policlínico del Templo Votivo de Maipú. El documento es decisivo para evitar impredecible sanción. Tal gesto compromete mi gratitud. En aquella aciaga época, miles de personas recepcionan la solidaridad de la Iglesia. Sin embargo, ahora  ya reinstalada la democracia -quizás por las modas de la modernidad y de la postmodernidad- no pierden ocasión de pisotear sus enfoques para asumirse como "progres". Juzgo ello una manifiesta ingratitud.

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