Se insiste, a orilla del Mapocho, en la
condición aborigen de Evo. Apunta -de modo oblícuo- a degradarlo. Toda la carga
estigmatizante que conlleva la pertenencia a una etnia autóctona se vuelca en
esa reiterada afirmación. ¡Cosa curiosa!, la ultraizquierda y los
"progres" se unen al coro, autogratificándose, porque “¡al fin
alcanza el poder un indio!” (sic). Se
discrepa de ambos enfoques.
El primer enfoque deprecia a Bolivia.
No porque lo nativísimo sea un lastre, sino porque así lo presenta el centenario
racismo. El otro, congruente con dicha difamación, apunta a exhibir a
la patria de Andrés Santa Cruz y Germán Busch Becerra como un cuerpo social fragmentado. Habría enfrentamientos entre regiones y conflictos interraciales y -más que eso- entre nacionalidades.
Desde la concepción macronacionalista
se insiste: Evo es un iberoamericano y como tal mestizo. En tal
condición etnocultural asume la bolivianidad en bloque como legado y
tarea. Eso es lo que beneficia a Nuestramérica. Es disolvente tanto denigrar
como idolatrar lo indígena. Por eso si José Carlos Mariátegui emite la
consigna "¡Peruanicemos al Perú!" el MAS debe apuntar a bolivianizar a Bolivia.
Eso de
"interculturalidad" o "plurilingüismo" -para citar dos
supuestas tesis antropológicas- legitiman la atomización y no sólo de
Bolivia. Son torpedos euroyanquis congruentes con la fobia de las elites por lo "indio". Los discípulos de Bolívar escogemos el III camino: el de la mestizofilia. Así rescatamos la
identidad de 400 millones los cuales, igual que Evo, somos "hijos de la
mezcla".
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