En los "mechones" de las Facultades de Educación se observa temprano desencanto. Pareciera que tales ámbitos poco o nada motivan para el ejercicio de la enseñanza. Escucho que allí los alumnos “no ingresan, sino caen”. Arancel barato, ausencia de examen de admisión, exigencia mínima de puntaje de PSU. Encuestados tres cursos: el 72% programa "dar la PSU de nuevo”. Las materias que comienzan a estudiar no los sumergen –como debería- en la realidad que vivirán apenas se titulen. El imaginario colectivo presenta el futuro laboral como una dilatada noche poblada de fantasmas.
Lo anotado obliga a recordar a Nicanor Parra quien, en “Autorretrato” anota: “yo que soñé fundiendo el cobre y puliendo las duras aristas del diamante… heme aquí con la nariz podrida por la cal de la tiza degradante”. Habitualmente se escucha “Soy profesor, no más” y un gurú del MINEDUC aludió a los “pobresores”. El automenoscabo se torna pandemia en el magisterio. Se incuba el fenómeno en los centros donde se preparan para enseñar. En los medios –y desde siempre- se adosa el adjetivo “humilde” al maestro primario –hoy básico- y “modesto” al medio ayer profesor secundario.
¿Es reversible esa situación que supone aceptar el título no como rango, sino como estigma? ¿Se podrá preparar un docente tan ilustrado como entusiasta? ¿Es posible lograrlo sólo incrementado la remuneración? ¿O reduciendole el número de alumnos por curso? ¿Bastarán las jornadas de perfeccionamiento y las fugaces pasantías? Si las Escuelas Normales internalizan, en su momento, mística ¿por qué en esa esfera fracasan los Pedagógicos? ¿Habrá que exigir un mayor puntaje en la PSU para matricularse? ¿Cómo se explica la demolición de la disciplina escolar? A la Reforma propuesta se exigen respuestas fundamentadas a estas interrogantes.
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