Hay consenso en suprimir el trabajo infantil. Suele
derivar en explotación. Mutila el universo lúdico del niño y sus opciones de
escolaridad. Son frecuentes los reportajes al respecto y sostenida la
preocupación de UNICEF por el tema. Sin embargo, la prestacion de servicios y la producción de bienes –en cualquier fase de la vida- es conveniente y saludable. Los
economistas la incentivan y los psiquiatras la recomiendan.
Hay otro fenómeno que debe motivar tanta inquietud
como el trabajo infantil: la pereza. No es sólo infantil, sino también
adolescente y juvenil. Constituye un flagelo que afecta a todos los estratos de
la sociedad. Aun más, el rango de
“estudiante” la legitima y, de yapa,
camufla el índice de desempleo. En los sectores desvalidos se manifiesta con
mayor fuerza. La ampara la familia sin percatarse que así acentúa su precariedad.
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