A propósito de la Hispanidad y con motivo del IV
centenario de “El Quijote de la Mancha” resulta interesante transcribir el autorretrato de su autor. Expresa: “Este que veis aquí, de rostro
aguileño, cabellos castaños, alegres ojos y nariz corva; las barbas de plata
que fueron de oro y los bigotes grandes; la boca pequeña, los dientes –ni
menudos ni crecidos- porque apenas tiene seis y mal acondicionados y peor
puestos…; el cuerpo de talla mediana; la piel antes blanca que morena; caminar
algo cargado de espalda y no muy ligero de pies. Este, digo, es el autor de La
Galatea y de Don Quijote… así como de otras obras que andan por ahí
descarriadas y sin el nombre de su dueño.
Fue soldado varios años y cinco
estuvo cautivo. En prisión aprendió a tener paciencia ante las adversidades.
Perdió –en la batalla naval de Lepanto- la mano izquierda de un arcabuzazo,
herida que, aunque fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en el más
memorable hecho de armas que vieron los pasados siglos ni esperan ver los venideros...
A ese hombre se le conoce, comúnmente, como Miguel de Cervantes y Saavedra”.
Hasta aquí la cita y apenas se comenta: un óleo de gigantesca proporción, con su
estampa, obra del pintor Juan de Jáuregui (1600), preside, en Madrid, la Real
Academia de la Lengua. Nadie podría disputarle tan alto honor. Lo comparte, en
la Nueva Extremadura, con Pedro de Valdivia y
Alonso de Ercilla, pioneros –respectivamente- de nuestra prosa y poesía.
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