Se concibe nuestra America como simple expresión geográfica o un fenómeno históricocultural. Si se apuesta a la segunda opción es dable aludir a la identidad común. La niegan desde ángulos aparentemente opuestos, pero con un común denominador cosmopolita, el liberalismo y el marxismo. La tesis liberal se centra en la dupla individuo y humanidad. El marxismo disuelve el concepto "nación" reemplazandolo por la "clase" y se valora. por sobre todo, al "internacionalismo proletario".
Una tercera tendencia -impuesta desde el XIX- es el "cantonalismo". Afirma que cada patria, al desvincularse de Madrid, se convierte en nación ostentando una identidad propia. En el otro extremo la indolatría gasolinea la atomización al máximo. Cada etnia aborigen sería una nacionalidad. Algunas ya extinguidas. Así Bolivia se proclama "plurinacional" con 35 nacionalidades aborígenes y en Chile -via decreto- se inventan varias como la colla y la diaguita que han sido absorbidas por el mestizaje.
En ese contexto no es fácil reclamar para nuestra América una identidad común. Los adversarios brotan como hormigas carnívoras de esas cuatro tendencias. Poseen. en común, el negar que sea una entidad históricocultural. Sería un hueso sin tuétano, un cuerpo sin rostro, no un árbol frondoso, sino tupida floresta de infinitas especies. Oponiéndose a tal enfoque refulgen como luceros del alba en medio de una oscura noche de ignorancia quienes -en el XIX y el XX- son capaces de actuar y de pensar iberoamericamente.
En la acción figuran -entre otros- Andres Santa Cruz, Justo Rufino Barrios, Juan Perón, Hugo Chávez. En el ámbito del discurrir están Francisco Bilbao y José María Torres Caicedo, Haya de la Torre, Salvador Mendieta, José Vasconcelos, Jorge Abelardo Ramos. Ignacio Tejerino Carreras, Felipe Herrera... Cada uno contribuye al rescate de nuestra identidad paso indispensable para lograr la integración. Se le visualiza como palanca para sacudir la dependencia, el rezago y el deterioro de la autoestima.
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