jueves, 10 de septiembre de 2009

MAPOTECAS ESCOLARES

Se registra preocupación por dotar de bibliotecas a los planteles escolares. No se observa, sin embargo, equivalente inquietud por suministrar mapotecas renovadas. Las Ciencias Sociales suelen enseñarse sin el saludable apoyo de las cartas. El Atlas -amén de constituir un desembolso extra- no reemplaza el empleo del mapa para ilustrar la lección. Cuando éstos existen suelen estar obsoletos. Aún es posible encontrar -por ejemplo- aquella proyección en la cual se representa a nuestro país quebrado en tres. También otro de África anterior a la descolonización. Nunca el de Latinoamérica, sino –si los hay- tres: uno de Norteamérica, otro de Centroamérica y un tercero de Suramérica. Los docentes no experimentan la necesidad de documentar su clase con mapas. Se comprende: son claves para facilitar la ubicación espacial del alumno. Menos común todavía es el ánimo de generar como dependencia de la asignatura la mapoteca, que incluya globos, mapas, brújulas, planos. croquis, esquemas y otros instrumentos indispensables para el aprendizaje.

Es persistente el uso de un planisferio con la proyección de Mercator. Con frecuencia está ajado. Allí aparece Europa céntrica, el océano Pacífico discontinuado y el Nuevo Mundo marginal. A abulta de modo exagerado el hemisferio Norte. El hemisferio Sur, en consecuencia, está empequeñecido. Nótese que Groenlandia compite. en superficie, con Suramérica. Además, de la Antártica -en el mejor de los casos- aparece el archipiélago de las Shetland del Sur. A veces, se omiten hasta las islas de Diego Ramírez, que enseñamos como la expresión más austral del Chile sudamericano. Con tal cartografía, los esfuerzos tendientes a generar conciencia oceánica y antártica son estériles. Por el contrario, el alumno -querámoslo o no- internaliza una sensación de lejanía. Queda reforzada la noción de habitar un área periférica del planeta. Chile aparenta padecer una doble marginalidad. Como correlato se fortalece la admiración exagerada por el Viejo Mundo.
El sentirnos y creernos "el último rincón del globo", algo así como “punta de riueles”, es antiguo. Ya Manuel de Salas combatió esa actitud que, en cierto modo, vigoriza el "quiebre de motivación de pertenencia" y el "efecto deslumbramiento". Ambos fenómenos -se sabe- son factores concomitantes de la crisis de identidad que padecemos. También Tancredo Pinochet Le Brun -hace un siglo- en su obra “La conquista de Chile en el siglo XX” exhorta a suprimir la expresión "Extremo Oriente" para referirse a Asia. Argumenta que, para un criollo, ese es Extremo Occidente, pues no contemplamos el mundo desde Londres o París. Se trata de opiniones señeras que incentivan a favorecer una renovación de la cartografía, en particular, aquella de uso escolar. Entonces la etiqueta correcta de chinos y japoneses no es “orientales” la que podría ser válida para un británico, sino “asiáticos”. Se requiere para nuestros alumnos una nueva cartografía. Se debe abolir el eurocentrismo.

Aquello de presentar el Pacífico escindido se visualiza en los planisferios. Tal proyección es tóxica porque bloquea la plasmación de una conciencia oceánica. Incluso el Chile polinésico -Rapa Nui- aparece omitido o, en el mejor de los casos "acercado" de modo artificioso. Es más, impide captar la importancia económica y geoestratégica de la Cuenca. Así, no se advierte que Japón y China, Australia y Nueva Zelanda, así como los jóvenes Dragones –los NICs, es decir, los New Industrial Countries- son fronterizos de Chile y, por cierto, de Suramérica. Ello, siempre que se conciba el mar, no como obstáculo, sino como puente o -mejor aún- como una especie de carretera líquida. Entonces, enseñar que el país posee por frontera el litoral, constituye un error. Es una concepción "playera" del límite occidental. Sin embargo, el rutinario uso del planisferio inspirado en la proyección de Mercator impide captar aquellos potentes polos de desarrollo localizados en "la otra ribera". Los mencionados países limitan con Chile por el Poniente, así como Argentina por el Oriente. Advertirlo exige nacionalizar la cartografía de aula.
Sintetizando, es imprescindible dotar de cartas geográficas a la asignatura de Ciencias Sociales concebida ésta asignatura no sólo como Historia, sino también de Geografía amén de Sociología, Economía y Derecho. Más todavía, es conveniente generar una mapoteca. En este esfuerzo debe apelarse a la acción creadora de educadores y de educandos. En colaboración con las asignaturas de Artes Plásticas y de Artes Manuales se pueden diseñar mapas de cualquier tamaño. No sólo aquellos que quedan restringidos al cuaderno, sino de otros perdurables de tipo portátil y otros estampados en las murallas al estilo de los frescos mexicanos. Lo expresado, sin embargo, no basta si somos incompetentes para "adaptar" la cartografía. Hasta ahora -por impericia, rutina o servidumbre- sólo hemos "adoptado" aquella usada en Europa. Se insiste: es urgente una proyección en la cual se represente a nuestra América céntrica y el Pacífico sin ruptura. En esa esfera se destaca la labor del SIESE “Manuel Ugarte” quien, en córdoba (Argentina) elabora y distribuye un planisferio renovado.

Además, es clave que aparezca la Antártica. Ello implica superar la típica "jibarización" del hemisferio Sur, en provecho de un engañoso gigantismo del hemisferio Norte. No es menos importante promocionar una proyección polar que pone a Chile, y por cierto al Cono Sur, en la condición de vecinos de dos polos de desarrollo emergentes: Sudáfrica, India y Australia. Estos son pasos indispensables para encontrar apoyo en el aprendizaje de materias, tales como la tricontinentalidad de Chile, la trascendencia de "ese mar que tranquilo te baña", la soberanía sobre el casquete polar y nuestra condición de partícula constitutiva del Cono Sur. En efecto, el interés por conseguir la sensación de vecindad con Oceanía, Asia y Africa -aquel "otro horizonte" ya mencionado- pasa por internalizar una vocación marinera en al aula. Ella es anhelada para Chile y los chilenos, no sólo por Manuel de Salas sino también por Salvador Reyes, Enrique Bunster y Benjamín Subercaseaux.
(En aula magna del SIESE, con Daniel Vaca Narvaja (izq.), recepcionando planisferio con nuestra América como eje central.)

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