Eramos liceanos quinceañeros. En esas aulas, aunque provincianas,penetra el ibañismo con sus flecos mesiánicos. La escoba -emblema de aquel arrollador movimiento cívico- sería el instrumento que libraría al país de la basura acumulada por la politiquería. Se pensaba -un poco como eco de la calle y los hogares- que el viejo militar sería el cirujano que lograría extirpar quistes y cauterizar heridas. En plazuelas se oían discursos. En el seno de la familia se polemiza
sobre el I gobierno de Carlos Ibáñez(1927-1931). En esos escenario se aprenden conceptos como
"oligarquía", "dictadura", "imperialismo",
"clase trabajadora",
"corrupción parlamentaria" y otros muy folklóricos:
"rosca" y "Palacio Quemado".
Del otro lado de la Cordillera se escucha el fragor del peronismo con sus bandera de soberanía política, independencia económica y justicia social. Poco o nada del Brasil de Vargas.
En ese contexto de controversias e ilusiones transcurre 1952. 5 meses
antes de las elecciones efectuadas el 4 de septiembre de aquel año.
Específicamente en la Semana Santa un hecho estremece: una revolución
estalla en Bolivia. Pasquines de derecha la toman con sorna. No falta
el humorista que crea el chiste. "¿En que se parece Bolivia a un
disco? ... En que es de 33 revoluciones". Era alusión los de vinílo.
Al fenómeno se le resta importancia. El PC -aun influyente, aunque ilegalizado
por el Presidente Gabriel González Videla- opina que es "rebrote
fascista". Después nos informamos que Neruda había aplaudido el
colgamiento del mayor Gualberto Villarroel en 1946 como "eco
glorioso de la ejecución de Mussolini". Sin embargo, un periodista
-también poeta- Alfonso Alcalde publica en el semanario "Vistazo"
reportajes in situ de lo que ocurre en la patria vecina.
En la asignatura de Letras algo ya se conocía de Bolivia a través de
"Sangre de mestizos" de Augusto Céspedes. Ello permite
"deschaunvinizarnos". De ese añejo desprecio por aquel país,
imaginado sólo altiplánico, se pasa al asombro. Ya
comenzabamos a cuestionar la supuesta legitimidad de la Guerra del
Guano y del Salitre (1879-1883) aunque los docentes de Historia apenas
mencionaban otra conflagración. Aquella que emprende Chile capitaneado
por Diego Portales contra el discípulo de José de San Martín y Simón
Bolívar, el mariscal Andrés Santa Cruz (1835-1839). En un mundo sin TV
las ilustraciones fotográfícas del semanario impactan. Mineros
insurrectos en barricadas, muchedumbres campesinas que festejan con
Víctor Paz Estensoro, los sindicatos que se apoderan de los cuarteles, las
medidas que toma el nuevo régimen.
Aquello, se medita, no es un simple cambio de gobierno, sino un
revolución que huele al México insurgente (1910-1927). Al viejo
ejército oligárquico lo suplantan milicias, queda abolido el
latifundio y el pongueaje, se establece el voto universal que incluye
a los iletrados, se inaugura campaña alfabetizadora, se nacionaliza el
estaño... No es un simple "sube y baja" de personeros de la clase alta y menos
"fascismo" como pontifica la clandestina prensa del PC. Víctor Paz
con chullo y aclamado por muchedumbres de "fabriles",
artesanos y labriegos se nos presenta como otra ventana abierta. Ello
se complementa al informarnos que aeronaves agentinas, con hospitalesde campaña y personal médico, aterrizan en El Alto para atender a heridos en las contiendas callejeras. Los despacha la Fundación Eva Perón.Ibáñez ya triunfante en los comicios efectúa viaje a La Paz. Es el primer Presidente de Chile que viaja a Bolivia después de 1879.
Aquella revolución en la Historia de Iberoamérica es capítulo
trascendente. Harina de otro costal es analizar las mutaciones del
Movimiento Nacionalista Revolucionario que equivale al PRI de la hora
prima. Indudablemente que en su deterioro influye el tropiezo de Perón
en articular el ABC y el suicidio de Getulio. Las revoluciones
restringidas a una sola república pareciera se asfixian, pudren o
mineralizan. Basta con evaluar el sandinismo en Nicaragua. Está a
bierta la polémica en torno a la inviabilidad de cualquier proceso
restringido a un sólo país. Quizás -de modo intuitivo o estratégico-
el esfuerzo original del justicialismo es irradiar sobre Suramérica y,
de modo principal, sobre Chile y Brasil. He allí la utilidad de
analizar aquella epopeya de 1952 que ahora conmemora su 60º aniversario.
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