Al colapso de la estructura
escolar, de la salud pública y del Transantiago se añade el que
aflige al inframundo carcelario. Se imponen quienes ablandan la administración
de justicia -el síndrome de la puerta giratoria-, los que suprimen la pena
capital y quienes -por una piedad mal concebida- insisten en la
"rehabilitación" como antagónica a la "sanción". Cada reo
implica al Fisco mínimo -mes a mes- $300 mil más atención médica y psicológica.
Un privilegio infame para una ciudadanía acosada por el desempleo y cuyos
impuestos sostienen esa población penal. Se ensayan fórmulas para el rescate de ese lastre: teatro, yoga o baile. Se
publicitan como opciones "rehabilitatorias". Otros insisten en
incrementar la "educación" como vacuna inmunizadora y fármaco
curativo.
Están en el error. Aquellos
porque un hobbie no facilita la "reinserción" y éstos porque
-fieles a una doctrina castrada de ciencia e imaginación- identifican
lo educativo sólo con aula y docente que diserta mientras los alumnos
"están en otra". La recompensa estén o no preparados: diplomas
de "8º básico" o de "4º medio". Ignoran que el
trabajo es eficaz instrumento educativo utilísimo para enmendar
conductas desviadas. Se efectúa en terreno y no entre cuatro murallas. La
única reforma penitenciaria válida es la implantación del trabajo
obligatorio. El malhechor así amortiza su deuda y se educa para
reincorporarse a la vida normal. Lo otro es tolerar el ocio que incrementa
el vicio mientras se perfeccionan estrategias delictivas y profundiza
el resentimiento.
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