De capitán a paje, de derecha a
izquierda, salvo excepciones, se sostiene que nuestros enemigos –de ayer, de
hoy, de mañana y de siempre- son Argentina, Bolivia y Perú, es decir, el ABP o
HV3. Esta aprensión se manifiesta en recelos, altanerías y desconfianzas. Hay
turnos para poner en órbita una u otra hipótesis de conflicto. Así –con razón o
sin ella- el antiargentinismo está de moda en los 80, en los 90 el
antibolivianismo y ahora el antiperuanismo.
Se trata de un carrusel que
legitima el aislamiento, la patriotería y el armamentismo. La prensa, el aula,
el cuartel difunden esta sensación de fronteras amagadas y de suelo usurpado.
Las iniciativas de cooperación, intercambio o complementariedad, obvio, con tal
“peso de la noche” se tullen o congelan. Así el ABC no se ratifica, la
propuesta de Perón se estigmatiza como anschluss de Buenos Aires y el MERC0SUR
se desdeña.
Durante la monarquía nuestra
América es una sola. Al consolidarse las repúblicas se producen quiebres,
tensiones y hasta confrontaciones. Aquí Portales, para imponer la
hegemonía de Valparaíso sobre Callao,
impulsa la Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana (1835-1839). Con ello
comienza a gestarse el ABP. La Guerra del Pacífico (1879-1883) lo consagra
porque, mientras Chile se empeña en anexar comarcas guaneras y salitreras en el
norte.
La Casa
Rosada ocupa áreas australes. Comienza así el pleito por la Patagonia. Los
instructores castrenses prusianos -contratados por La Moneda al finalizar el
XIX- transfieren estos conflictos y forcejeos a los esquemas de la geopolítica
europea de entonces. Estimulan el racismo “blanquista”, proclaman como fatal la
“paz armada” y fundamentan el ABP cuya expresión hoy, metafóricamente, se
reduce, a F-16, tanques Leopard y fragatas compradas a Holanda.
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