La tesis de Iberoamérica como nación invertebrada nos conduce a estimar que los conflictos bélicos, en su seno, han sido interestatales y no internacionales. Se trataría de confrontaciones armadas entre segmentos de un sólo “pueblo continente”. Campesinos y artesanos azuzados por las oligarquías locales fueron la “carne de cañón”. Guerras internacionales se anotan apenas dos: la de EEUU contra México. Culmina en 1838 con la usurpación de la mitad del país de Octavio Paz. La otra es la de Argentina y el Reino Unido, en 1982, por Malvinas.
Conflagraciones intestinas importantes en el Cono Sur son la Guerra de la Triple Alianza (1862-1870): Brasil, Uruguay y Argentina contra Paraguay. Finaliza con el genocidio y el saqueo de la república de Francisco Solano López. Otra es la Guerra del Pacífico (1879-1883). En ambas hubo injerencia británica. Está confrontación involucra mutilaciones territoriales y el encierro boliviano. Añádase la ocupación de Perú por tropa chilena que abarca un quinquenio. La representa el almirante Patricio Lynch que ha hecho su práctica en la flota del Reino Unido y participado en la Guerra del Opio.
La óptica bolivariana señala que se trata de guerras civiles al interior de una colectividad transitoriamente desmembrada. No comprenderlo así es confundir Estado con nación. Este enfoque arcaico deriva de visualizar nuestra América como un racimo de naciones y acentuar hasta lo grotesco las diferencias de matices ignorando que se trata una sola que estuvo fundida en un bloque los siglos XVI, XVII y XVIII. La atomización se produce con la Independencia en el XIX. Si no asumen el mando "los gendarmes necesarios" a que alude Laureano Vallenilla Lanz la fiebre separatista habría continuado.
En el Río de la Plata la interpretación oficial de aquel conflicto que Juan B. Alberdi etiqueta “de la Triple Infamia” pierde adherentes. Quienes todavía la suscriben son apodados “mitristas” por el Presidente trasandino Bartolomé Mitre (1862-1868). Hoy la simpatía por Paraguay se generaliza. Ello por la labor de la escuela historiográfica revisionista. Logra éxito, pues opera a horcajadas del peronismo. Se nutre de una vertiente hispanistacatólica y de otra socialista criollizante. Arrincona al chauvinismo, desenmascara al imperio británico e impulsa ayer el ABC y ahora el MERCOSUR que se amplia con UNASUR y CELAC.
En Chile los cuestionadores de la versión tradicional carecemos aun de la fuerza de los revisionistas trasandinos. La prensa está monopolizada por los “portalinos”, es decir, por los turiferarios de Portales. Este personaje empuja la Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana (1835-1839) para triturar el esfuerzo integrador de Andrés Santa Cruz. No se discute aun masivamente la legitimidad de ambos choques armados. Permanece intacta la desconfianza a Perú, el desdén a Bolivia y el recelo a Argentina. Ello justifica el armamentismo y el aislamiento.
En ese contexto la postura propuesta está a contrapelo de la doctrina oficial. Resulta incompatible con el etnocentrismo cultivado por la oligarquía y sus plumarios. Postular, por ejemplo, la devolución a Perú de trofeos bélicos como el monitor “Húascar”, exigir la búsqueda de una fórmula que permita poner fin al enclaustramiento de Bolivia y apurar el finiquito de los últimos litigios con Argentina -incluyendo la Antártica- donde se sobreponen las pretensiones de Santiago y Buenos Aires es enfrentarse al establishment. Sin embargo, es tarea política y docente ineludible rectificar la visión del ayer.
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