El sábado fui a comprar a La
Vega y pasé por el puesto de un atento radioescucha hípico. Le compré unas
fresas y le consulté donde podía encontrar comida peruana. Su respuesta: “los
locales de los cholos están, en ese pasillo, al fondo”. Ante su tono
despectivo comenté: “parece que no le gustan los peruanos”. No sólo no
le gustaban. Añadió que eran pobres, feos, mal vestidos, de pésimas costumbres
y reconocibles a 10 metros. Por cierto carecía de espejo o no lo usaba. Su piel
no se distinguía de la de un peruano de la sierra y cualquier payaso habría
envidiado su indumentaria.
No me aguanté y de dije que yo
era peruana... Su respuesta fue un sonoro “No puede ser”. Asombrado
agregó: “Ud. Es alta, bien vestida, no tiene cara de necesitada ¿qué hace en
Chile?” Quizás para limar asperezas
me explicó que Chile era envidiado y por eso estaba lleno de extranjeros. “Vienen
los argentinos y se quedan con nuestras mujeres, los cholos nos quitan el
trabajo y los bolivianos quieren arrebatarnos el mar”. Con eso di por
terminada la conversación. Al irme salió de su negocio a mirarme de
abajo-arriba y de arriba-abajo.
Creía exagerados a quienes
atribuían nuestro déficit de simpatía a la soberbia... Sin embargo, aquel
veguino no era una excepción chilensis. Su chauvinismo es parte del pensamiento
popular. El Presidente Chávez, aunque descalificado aquí, aprovechó –a modo de
pequeña venganza- el sentimiento de los vecinos subestimados. Afuera se cuentan
chistes de nuestra arrogancia. Una de las víctimas de tal impopularidad es José
Miguel Insulza. Registra problemas en su candidatura a la OEA. Ese hecho y la
simpatía que cosecha Bolivia son los efectos
de esa agresividad patriotera.
Macarena Rodríguez
Lic. en Ciencias Jurídicas
(x)
Artículo publicado en matutino “La Tercera” – pág. 3 – viernes 23.O1.2004 – La
Vega es el Mercado de Abastos de Santiago de Chile.
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