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Fue Premio Nacional de Literatura. En su momento no existían los otros galardones. Debió haber sido Premio Nacional de Historia y también por cierto Premio Nacional de Educación. Lo primero no sorprende, pues allí están solemnes y controvertidos sus 20 volúmenes de Historia de Chile. Sin embargo, ¿por qué juzgarlo merecedor de la recompensa que distingue a la docencia? La respuesta está en su contribución a la pedagogía. Paradoja: no es hombre de aula. Estudió derecho en la U de Ch. Se titula de abogado y jamás ejerce. Se desempeña por un periodo como diputado. En torno al Centenario –con Guillermo Subercaseaux, Luis Galdames y otros notables chilenos- funda el Partido Nacionalista extinguido en 1920.
La duda persiste ¿por qué Premio Nacional de Educación?
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En 1912 interviene en una asamblea sorprendente por su solvencia científica. Critica la escuela tradicional como una institución extraña a los intereses y anhelos del país. Postula, en consecuencia, otro tipo de plantel nacionalizador que adiestre para el trabajo productor y la aventura pionera. Su mensaje ha sido en casi un siglo campana de palo. Los centros de preparación del magisterio cierran las puertas a su doctrina. Allí ingresan “en gloria y majestad” los teóricos euroyanquis y nunca el discurrir de un criollo. Sin embargo, sus obras
“Nuestra inferioridad económica” y
“La educación económica y el liceo” conservan vigencia. Hoy enriquecerían el debate pedagógico.
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