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Esa baja autoestima empuja a
menospreciar lo propia y como correlato a
sobrevalorar lo ajeno. Lo
“ajeno” es lo
extracontinental. Son múltiples las manifestaciones de esa jubilosa o
resignada sumisión. Va desde bautizar, con nombres exóticos, a los retoños a
darle mayor espacio en las Universidades a las cátedras de Historia de Europa que a la del
país, en deplorar que nuestras falencias derivan de la hispanización. Recuerdo
a mi maestro de escuela “otro gallo nos cantaría si hubiésemos sido descubiertos y colonizados por Holanda, Alemania,
Gran Bretaña, pero ¡tocarnos España!”. Aquello es la leyenda negra.
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Obvio que ese complejo de superioridad legitima el armamentismo y el de inferioridad invita al imitacionismo y a
favorecer las inversiones foráneas que sabemos si no se controlan derivan
en voraz imperialismo. Si hasta en nuestra diplomacia ser designado embajador o
agregado cultural en algún país
centroamericano o caribeño es evaluado como
castigo porque lo que da
“caché” es representar a Chile en París, Londres o Bonn, pero en Managua o La
Paz es algo “ordinario”. Amén de lo anotado, en el ingreso a las Escuelas
Matrices de las FFAA y a ese servicio
exterior se esquiva a los morenoides y se da preferencia a quienes ostentan
apellidos como “Van Klaveren” o “Mac Intayre”.
En la semilla de esta “crisis
de identidad” está la
Independencia y su parafernalia publicitaria que apuntala el afán de ruptura
con Madrid. Para legitimarla los “patriotas” –la inmensa mayoría- nietos o
hijos de españoles se proclaman continuadores de la guerra
que, contra los peninsulares, efectúan pueblos amerindios como el mapuche. Recúerdese que los
discípulos de Francisco de Miranda juran lealtad a la Logia Lautaro sobre un
tomo de “La Araucana” que, -¡oh, paradoja!- ha sido escrito por Alonso de
Ercilla, un militar españolísimo. Sin superar la leyenda negra, es decir, ese
doble complejo –inferioridad y superioridad- resulta imposible abrir cauce al
torrente de la genuina liberación.
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