sábado, 21 de octubre de 2017

AGRESIONES A DOCENTES

Nuestra sociedad compensó siempre la remuneración exigua, con alto prestigio. La función académica estuvo rodeada de respetabilidad. El bagaje científico y las competencias orales y gráficas del docente se justipreciaron. Son evaluados doctos en diversas áreas. Se les juzga ciudadanos honorables por su función. Ello explica que alcanzaran rangos de ediles, diputados y senadores. Es cierto que en la plantilla de titulares de la Presidencia de la República sólo un mandatario -Pedro Aguirre Cerda. es  Profesor de Castellano.

Ello se equipara con la presencia de, apenas, dos ingenieros y de dos médicos. La abrumadora mayoría son abogados. Ese reconocimiento al docente se trasmite de padres a hijos. El aula se visualizaba como la fragua de la chilenidad civilizada. Los paradigmas, sin duda, son el «normalista», es decir, el titulado como educador en la Escuela Normal, y el  Profesor de Estado -o «pedagogo»- graduado en el plantel fundado por Balmaceda y Letelier. Hoy la situación es otra -y muy agraviante- pese a la Reforma y sus millones, sus Montegrandes y Enlaces.

En virtud de factores como la municipalización y privatización este panorama tiende a evaporarse. Siempre existió el alumno caprichoso y rebelde así como la bulliciosa protesta estudiantil. No obstante, lo que hoy contempla perplejo el país, son las agresiones a los docentes. Son efectos del «destape» que regocija a los «progres» cuya meta es deslegitimar la disciplina escolar. Ello pasa por «el libre desarrollo de la personalidad del educando» o «la autodisciplina», «el fin de los enclaves autoritarios»... Se estigmatiza el «castigo» y se genera la imagen del «docente verdugo".

Ello, en circunstancia, que todo el proceso enseñanza-aprendizaje supone la dupla «premio-castigo». La permisividad ensancha su caudal y el desborde se manifiesta en recursos de amparo presentados por heridas y fracturas, golpes y tajos inferidas por sus discípulos, a veces, con el apoyo de familiares. Hace ya un siglo la estructura escolar había superado aquello de «la letra con sangre entra» que favorece el uso de la varilla en el aula.

Hoy -con 100 años de retardo- el equilibrio se altera y la máxima es «el alumno tiene siempre la razón». Las jerarquías se derrumban y la prensa -escrita y gráfica- se presta para el juego dando siempre tribuna a estudiantes supuestamente victimizados. Las agresiones fisicas a quienes consagran su vida al oficio de enseñar se han multiplicado y el silencio de los «expertos» del MINEDUC es elocuente.

No hablemos de las agresiones psicológicas.  Apenas se manifiesta folklóricamente: «la culpa no la tiene el chancho, sino quien le da el afrecho». La condición selvática del alumno -el síndrome de Michimalonco- se expresa y sin cortapisas pues la sancionalidad está colapsada. Los derechos no se equilibran con los deberes, el estudiar debe ser entretenido, la atención del educando personalizada y la escala de notas manipulada como chicle. En ese contexto los representantes de la cultura continuarán siendo peleles objeto de cobardes agresiones.

1 comentario:

Pedro Zapata Sanchez dijo...

Desde Tacna. https://www.facebook.com/Sutep-Regional-De-Tacna-302922503125195/