
El pronunciamiento aborta y la brigada que controla la Casa de Bello capitula. Manos en alto son conducidos al Seguro Obrero. Allí también hay bandera blanca. Sin embargo, la orden presidencial es perentoria: “¡Liquídenlos a todos!”. Así 59 muchachos –estudiantes, oficinistas y obreros- son ejecutados uno a uno. El nacionalismo socialista se repliega y sufraga por el candidato Pedro Aguirre Cerda. Indultos y amnistías procuran borrar la sangre vertida por Chile. Cada 5 de septiembre en la esquina de Morandé con Moneda y en el Cementerio General se conmemora la histórica gesta.
Luego vendrán otros capítulos. La conversión del Movimiento Nacional Socialista en Vanguardia Popular Socialista. Su ulterior disolución y el desconcertante ingreso del Jefe al Partido Liberal en el sobaco del verdugo de sus discípulos que combaten y mueren en la epopeya. Hay luces y sombras en todo aquello. La Historia Oficial –aquella enseñada y aprendida en aulas- presenta a los movimientistas como agentes del III Reich. En tal enfoque hay mano mora. Apunta –desde la derecha y la izquierda- a triturar todo accionar político ajeno a los centros mundiales de poder.
Desde nuestras trincheras y casamatas, mientras preparamos con paciencia, pero sin pasividad la contraofensiva, este 5 de septiembre evocamos a los 59 de la fama. Aquellos que, en la flor de la existencia, se juegan la vida para que su sangre redima a Chile. La amnesia no cubre ese retazo de memoria. Un soldado muere dos veces: cuando el corazón deja de latir y en el momento que sus camaradas lo olvidan. Lo primero ocurre –y nadie entonces habla de vulneración de los DDHH- , pero en cada uno de los nacionales de ahora reside el compromiso de evitar que suceda lo segundo.
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