jueves, 4 de julio de 2013

MANDELA AGONIZA (P. Bernardino Piñera)

Hace muchos años, la población blanca, descendiente de los colonizadores ingleses, tomó el poder en África del Sur, donde la mayor parte de la población eran negros nativos. Se constituyó el apartheid . Nelson Mandela, líder de los negros, fue encerrado en un calabozo. Permaneció en él más de 10 años. Contrajo una tuberculosis pulmonar.

Vino, sin embargo, un vuelco en la política del país. Cayó el gobierno blanco del apartheid y los negros subieron al poder. Su primera medida fue ir a buscar a Nelson Mandela para llevarlo a la Presidencia de la República.


En su primer discurso a la población, en parte aterrada (los blancos), en parte delirante de alegría (los negros), Mandela dijo: "A partir de este momento, en África del Sur los blancos tienen los mismos derechos que los negros y los negros tienen los mismos derechos que los blancos. Somos un solo pueblo, tenemos una misma patria, somos hermanos. No hay venganza. No hay exclusiones. Todos iguales". El hombre capaz de decir eso da una lección al mundo entero. Y el mundo entero debe acompañarlo en su agonía con infinita gratitud.

Yo no sé lo que ha hecho Nelson Mandela como gobernante, pero sé que es un hombre capaz de perdonar. Es un hombre capaz de olvidar las injusticias y los sufrimientos que le ha tocado vivir. Es un hombre capaz de considerar hermanos a los que 20 años antes, injustamente, lo metieron en un calabozo.

Son muchos los políticos que han hecho y que hacen grandes cosas. No son siempre los que dejan mayores recuerdos.

Pienso en Mahatma Gandhi, en la India, quien sin empuñar un arma, sin disparar un balazo, con la dignidad de su pobreza, de su amor a su patria, tuvo el coraje de decir a la nación europea que desde hacía dos siglos colonizaba a su país "¡Váyanse!", y se fueron, pacíficamente; no expulsados por la fuerza de las armas, sino por la dignidad de un hombre que amaba a su patria.

Al terminar la Segunda Guerra Mundial, los jefes de los aliados vencedores propusieron a Stalin, el jefe de la Unión Soviética, que se invitara al Papa a integrar el Comité de Paz. Stalin preguntó, sardónico: "¿Cuántas divisiones de ejército ha aportado el Papa?". La propuesta quedó en nada. Pasaron los años. Otro Papa, Juan Pablo II, visitó Polonia, su patria, bajo un régimen comunista y ocupada en parte por las tropas rusas. La población entera se volcó a las calles para aclamarlo. El gobierno comunista de Rusia mandó a llamar a los dirigentes comunistas de Polonia y les ordenó que hicieran salir al Papa del país y que establecieran el estado de sitio. El Papa acató la orden, y se fue de Polonia. Pocos años después el pueblo polaco lograba su libertad. Los ejércitos rusos se retiraban de Polonia y el pueblo polaco elegía democráticamente el gobierno que deseaban. Juan Pablo II no había llegado a Polonia con divisiones de ejército, pero había hablado con dignidad. No todo en política es la fuerza.

¿Cuáles son los personajes que han llegado a ser más populares y más queridos por el mundo en los últimos tiempos? No han sido los políticos más poderosos ni las artistas de cine más hermosas. Ha sido Chaplin, un personaje ridículo, casi grotesco, pero que la gente lo sentía bueno, humilde, servicial, respetuoso. Y por un fenómeno extraño lo amaron como si hubieran visto a través de él, en la tierra, un rayito del cielo: una luz de inocencia, de humildad, de amor.

En América Latina ocurrió lo mismo. Cantinflas era un personaje, si se quiere, ridículo, un parlanchín que hablaba mucho y no decía nada, un inútil. Y, sin embargo, las muchedumbres latinoamericanas lo quisieron, porque era humilde, porque no ambicionaba los altos puestos ni los grandes sueldos, porque era sencillo, porque era fraternal con todos, porque en medio del río de palabras que salía continuamente de su boca nunca hubo un dicho malintencionado, un deseo de herir, un gesto de orgullo. Era, como Chaplin, a su manera, un testigo del Evangelio, y el mundo lo quiso mucho.

¿Quiénes han sido, y son todavía, los personajes de la literatura que más han fascinado, y siguen fascinando, a los hombres? No son los personajes más brillantes. Son el Quijote de Cervantes y también el Sancho Panza que lo acompaña, el fracasado, el objeto de burlas, el cubierto de heridas, pero un hombre que busca la justicia, que defiende a los pobres y que, en su búsqueda de la "inalcanzable estrella", pone todo su ser, toda su capacidad de sacrificio, para que en el mundo haya más justicia, haya más amor. Es Hamlet, el indeciso, el débil, el que ha visto asesinar a su padre, el que ha visto a su madre casarse con el asesino de su padre, el que vive semiprisionero en el castillo en el cual él debiera ser el rey. Es un débil, un indeciso, pero tiene un alma limpia, no sabe de venganzas ni de odios ni de guerras. Es un ejemplo de dignidad sencilla. Y durante siglos las muchedumbres que llenan los teatros lo han aplaudido con lágrimas en los ojos.

Y podríamos multiplicar los ejemplos: un San Francisco de Asís que recorre Europa a pies descalzos y con una túnica que no lo protege ni del frío ni del calor; es San Benito, que con sus monjes trabaja las tierras rústicas, para producir alimentos y para dar trabajo a los pobres y para invitar a los creyentes a una vida de oración, de silencio y de trabajo, el que ha sido llamado el "padre de Europa".

Es Sor Teresa de Calcuta, que parte a su convento a buscar una carretilla para cargar en ella a un pobre hindú moribundo que agoniza a la intemperie mientras los ratones ya empiezan a morderle los pies. Y lo lleva a su convento, lo limpia, lo pone en una cama digna, humedece sus labios resecos con un poco de agua fresca y le oye murmurar estas palabras antes de morir: "He vivido toda mi vida como una bestia, y ahora voy a morir como un ángel".

No nos dejemos encandilar por los "poderosos" ni por los "gloriosos": Alejandro Magno, Julio César, Napoleón, Hitler, Stalin y Mao Tse Tung fueron genios políticos o militares. Quedémonos con la invitación fraternal de Nelson Mandela, con la gentileza de Chaplin y de Cantinflas, con la humildad y la alegría de San Francisco y de sor Teresa. Por ahí va un porvenir feliz, para nuestra pobre humanidad.



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