sábado, 2 de noviembre de 2013

LA LEYENDA NEGRA: ALGO MAS

La erosión de la identidad comienza temprano. La funda, sin apetecerla, el P. Las Casas. La usarán los emancipadores para legitimar la ruptura con Madrid. En el XX la estimula Hollywood, la escuela y el   texto. Hoy la TV estimula la gringomanía cuyo reverso es la hispanofobia. El efecto: no contemplarse a si mismos como longilineos, blondos y de ojos azules. El vigor económico de EEUU y Europa que se muestra en la pantalla y que fluye de lo  enseñado en aula y del imaginario colectivo refuerza ese desdén por lo propio. Resulta frecuente que la pereza se atribuya a los ancestros propios. Estos no podían generar progenie dinámica y aseada. La piel olivácea y el pelo azabache  se identifican con la siesta y con la mugre.

El repiqueteo continúa con ucronías que legitima el docente en orden a “otro gallo nos cantaría” si hubiésemos sido colonizados por británicos, holandeses –por último- franceses o italianos. Se redondea el enfoque con la lapida en que se anota: “pero tocarnos los españoles”… Es lo que Rodó denomina la “nordomanía” que se mixtura con la hispanofobia. Se enseñará Historia Universal –ampuloso adjetivo que apenas si se refiere a Europa- y en esa materia jamás habrá un   módulo sobre Historia de España. Los textos presentarán a Galvarino a punto de perder las manos y a Caupolicán empujado sobre un tabladillo para el empalamiento. De allí se deriva el remoquete de crueles y abusivos que se adosa a quienes son los conquistadores.

EEl mestizaje es ignorado. Da la impresión que Chile nace por generación espontáneo como hongo tras una lluvia el 18 de septiembre de 1810. Hacia atrás, oscurantismo y perversidad. Los mapuches son los héroes. Sin embargo, por otro camino .quizás algo soterrado- se usa la expresión “indio” como agravio y nadie quiere serlo. Investigación efectuada en comuna capitalina de ínfimos ingresos las familias opinan que los mapuches residentes son individuos “borrachos”, “amargados”, “flojos” y “porfiados”. En suma, detestables. Como conscriptos son vejados  y es común atribuir el supuesto atraso económico y turbulencia política de Bolivia al alto porcentaje de población amerindia.

El inmisericorde bombardeo de nuestros antepasados “no deja títere con cabeza” en el alma de millones. Los enfoques anotados que se incorporan con la leche materna son autodenigratorios. Están tan incorporados que constituyen axiomas, es decir, ecuaciones que no ameritan examen. Se asumen como la Cordillera y el océano, dicho de otro modo, integra el paisaje. La matriz originaria está en la leyenda negra que –aprovechando el fervor justicialista de Bartolomé de las Casas- usan los Países Bajos -en aquella época insurreccionado contra Madrid- como argumento para legitimar su alzamiento. De allí aquello de “es más difícil que clavar una pica en Flandes” o aludir a Arauco como“Flandes indiano”.

Los rebeldes flamencos transfieren al Reino Unido y éste a  EEUU la leyenda negra. Se tiñe con luteranismo y se hace antipapista. Entonces nuestras corrientes ideológicas de la vertiente laica la gasolinearán como el propósito de enjuiciar a la Iglesia como la depositaria de disvalores bloqueadores del “progreso”:  contemplación, incuria,  resignación, laxitud… La hispanidad está así presentada en connivencia con lo católico. De perilla viene entonces otra comparación fácil, pero igualmente erosionante: EEUU se desarrolla  porque está libre de la rémora que significa nuestra fe ¿Quienes la introducen?, pues los sacerdotes… españoles. Así los círculos se fatalidad se multiplican y el complejo de inferioridad se hace colosal.

Se empalma “el efecto deslumbramiento” –ese  fetichismo por lo euroyanqui- con “el quiebre de motivación de pertenencia” –expresado en ese no querer ser lo que somos y juzgarnos de segunda o tercera clase por nuestros ancestros-. La autoestima queda triturada. Si a una persona le insistimos que sus progenitores son ella, prostituta y el, delincuente la cosecha es una poncho de amargura, un sentirnos con incurable lepra. En el mejor de los casos un resignarnos a un presente del cual no somos responsables y negar nuestras raíces De allí la sobrevaloración que poseen en nuestro medio los apellidos europeos. La clase modesta al no poderse “engringar vía consanguínea” opta por el bautizo con nombres exóticos.

La leyenda negra al disparar sobre lo ibérico deteriora el sustento del  rescate de la unidad de Hispanoamérica. Lo que la integra es la sabana ibérica. No somos forasteros los chilenos en México o Paraguay, menos en Argentino. Habrá –en todo sitio- xenófobos, pero la sangre, la lengua y la fe con todo lo que los tres elementos implican anulan la condición de entes alóctonos que pudiéramos experimentar en Tegucigalpa, Barranquilla o Mendoza. Hay, sin embargo, un fenómeno que amerita  análisis mayor: ¿por qué hay quienes al desplazarse ven sólo lo distinto que juzgan inferior a lo propio? ¿Por qué otros ven siempre lo similar que estiman equivalente a lo criollo? Sin duda, un tema de psicología.

Una arista de la poliédrica leyenda negra es la idolatría, es decir, una nostalgia por el ayer aborigen. No obstante, la mochila racista es potente y el modelo norteamericano explicitado en el lema “el único indio bueno es el indio muerto” se impone. Los tardíos lascasianos se obnubilan con ruinas mayas y vierten lágrimas por la captura de Atahualpa, pero al fin de la reflexión rehuyen la muchedumbre amerindia en una calle de Antigua, en una asamblea de Cuzco, el matrimonio de un retoño con un representante de “la minoría étnica” o se manifiestan confundidos con la hipotética fundación –en la VIII y IX regiones- de una República Mapuche. Lo que no logran captar como fundamento de nuestra identidad es el mestizaje.

Esa mixtura la tuvo muy clara Bolívar, no así Chávez que suprime el 12 de octubre como Día de la Raza y anuncia que nuestra América debe denominarse “América India”. Esta devoción indigenista es la otra cara de la leyenda negra. Nos pulveriza y es una política incentivada desde los centros mundiales de poder. Concordamos en aquello que el Descubrimiento es una fórmula virreinalista y eso de Encuentro de Dos Mundos un marbete equivocado. Ello porque son tres los mundos si a lo peninsular se suma lo aborigen y a ambos lo africano. Aquello es algo más que un encontrarse es fundirse. Por ello en aquel 1992 se propuso la expresión V Centenario: fusión de tres Mundos. Se reitera “fusión” y no “fisión”. Es la amalgama lo que  genera nuestra magna identidad.   

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