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1837… Diego Portales organiza la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana. Los oficiales discrepan de esa política agresiva. No conciben que repúblicas fraternas sean objeto de un ataque. En el proceso de la Independencia han operado mancomunadamente con ambos pueblos. Desde otro ángulo, repudian la metódica represiva de los vencedores de Lircay. El paredón está activo, las mazmorras atiborradas de opositores y Juan Fernández convertido en penal. Entonces se insurreccionan, como expresan en la proclama que redactan, “Contra el despotismo y la guerra por la libertad y la paz”.
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El régimen portaliano -encabezado por el Presidente Prieto- volverá entonces a empeñarse en ese afán bélico que culmina en Yungay. Mientras tanto –como se anticipa- denigra al caudillo asesinado y aniquila a sus simpatizantes. Los acusa de recepcionar financiamiento de Palacio Quemado. Hoy -a 170 años de aquel pronunciamiento bolivariano– con la misma autonomía de vuelo interpretativo de Oscar Izurieta se rehabilita al comandante en jefe del Ejército de Chile que, en 1837, se la juega por la concordia en el Cono Sur y por la defensa de los DDHH.
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