martes, 17 de junio de 2014

EL ALUMNO DE PEDAGOGIA: APUNTES

        
I.

Se observa desencanto muy temprano en los centros que preparan docentes.  Pareciera que tales ámbitos poco o nada motivan para el ejercicio de la enseñanza. Escucho que allí los alumnos “no ingresan, sino caen”. Arancel barato, ausencia de examen de admisión, exigencia mínima de puntaje de PSU. Entrevistados los matriculados nos encontramos con la  sorpresa siguiente: 78% expresa “daré la PSU de nuevo”. Por otro lado, las materias que comienzan a cursar no los sumergen –como debería- en la realidad que vivirán apenas se titulen. El imaginario colectivo presenta tal panorama como una dilatada noche poblada de fantasmas.

Lo anotado obliga a recordar a Nicanor Parra quien, en “Autorretrato” anota: “yo que soñé fundiendo el cobre y puliendo las duras aristas del diamante… heme aquí con la nariz podrida por la cal de la tiza degradante”. Expresiones habituales, por ejemplo, son “Soy profesor, no más” y un gurú del MINEDUC –ignoro si en broma- aludió a los “pobresores”. El hecho cierto, es que el apocamiento se torna pandemia en el magisterio y –lo que es peor- en los centros donde éstos se preparan para enseñar. En los medios –y desde siempre- se adosa el adjetivo “humilde” al maestro primario –hoy básico-  y “modesto” al medio ayer  profesor “secundario”.

El desafío se plantea: ¿es posible revertir esa situación que supone aceptar el título no como rango, sino como estigma? ¿Podremos aspirar a Facultades de Educación que plasmen un docente tan entusiasta como ilustrado? ¿Será indispensable introducir el deporte o el senderismo como materias obligatorias? ¿No será acaso necesario familiarizar al alumno con e quehacer escolar? ¿Bastará con las jornadas de perfeccionamiento y las fugaces pasantías? ¿Si las Escuelas Normales, en su momento, internalizan mística académica ¿por qué en esa esfera fracasan los Pedagógicos?

Nuestros docentes carecen de fe en la trascendencia de la labor de aula. Esta resurrección anhelada pasa por renovar los centros de capacitación magisteriales, comenzando por el Campus Macul. Otro requisito es devolver al magisterio su autoridad. Sin ella es una marioneta. El la empresa de privar de prerrogativas a quienes consagran su existencia al noble oficio de enseñar convergen funcionarios magisteriales, ediles populacheros, psicólogas norteamericanizantes, sostenedores cuya meta es el lucro ¿Constituirá una quimera ante tan potentes fuerzas intentar una contraofensiva?


II.

El  educador básico –durante siglo y medio- se prepara en las Escuelas Normales. La primera  la funda Domingo F. Sarmiento en 1843. Luego se funda una por región. Operan con régimen de internado y son planteles de nivel intermedio. Los estudios duran un sexenio y los alumnos son todos becados y prolijamente seleccionados por la escuela primaria. Los postulantes sometidos a examen de admisión. El principal plantel es la Escuela Normal “J. Abelardo Núñez”, sita en la capital. El producto: el normalista, un docente con mística y prestancia, cuya labor civilizadora y chilenizarte deja perdurable huella.

La Universidad de Chile aunque se funda en 1842 sólo en 1887 asume como propia. La tarea de preparar profesores de enseñanza media. En tal decisión se combina la visión del Presidente Balmaceda y su ministro Bañados Espinosa así como el afán innovador de Valentín Letelier. Nace así el Instituto Pedagógico. Hoy el país lo conoce por sus calamidades, pero por un siglo ostenta prestigio suramericano. Lo alberga la Facultad de Filosofía y Educación. Luego se autonomiza como UMCE. Como centro formativo experimenta venturas, aventuras y desventuras.

Al abolirse las Escuelas Normales la preparación de docentes básicos pasa a la Universidad y, por otro lado, se multiplican las Facultades de Educación. Por lo general cualquier Universidad regional o local inaugura sus labores ofreciendo cursos de pedagogía. Pareciera que tal preparación  masiva gravita negativamente sobre el sistema. Hubo necesariamente que improvisar catedráticos para atender las necesidades de los usuarios. Muchos de estos se matriculan no porque les interese la docencia sino porque es lo que la entidad ofrece. Por lo demás es la opción de exhibir rango de “universitario” y, en cierto modo, evadir el compromiso de aportar económicamente al hogar al asomarse a la veintena.

 III,

El instituto Pedagógico históricamente es emblemático en la preparación de un profesional sui generis que exhibiera el muy germánico título de “Profesor de Estado”. El uso lo identifica como “pedagogo” para diferenciarlo del “normalista”. Funciona hasta mediados de los 50 en Cumming y Alameda para luego trasladarse a Ñuñoa a recinto hasta ese instante ocupado por Colegio Universitario Inglés. Desde entonces hasta ahora se le adosan apodos como Pedantógico –derivado de pedante- Termas de Macul por el relajo, el césped y la arboleda o Piedragógico por cíclicas reyertas a pedradas entre alumnos encapuchados y policías.

En torno a 1967, es el epicentro de un proceso de reforma que precipita la dimisión del rector Eugenio González y abre la puerta malsana tiranía de los partidos políticos. Desde 1973 es sometido a sucesivas purgas. El régimen lo separa de su Alma Mater y así nace la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación UMCE con catedráticos improvisados y alumnos en los cuales aparecen acentuadas aquellas deficiencias anotadas al comenzar esta nota: anorexia intelectual, politización tan extendida como superficial, desmotivación respecto al futuro desempeño y automenoscabo.

Un balance indica que el Pedagógico no logra diseñar el perfil de docente que el país requiere para educar adolescentes en liceos fiscales y colegios privados. Réplicas suyas brotan en todo el país con el nombre de Facultades de Educación. En el original y en las copias se observan las mismas falencias: prestigio sobredimensionando de la especialidad y desdén por las cátedras de pedagogía. En las aulas se difunde el desprecio por la docencia y la sobrevaloración de la investigación. No se logra un equilibrio de género en el contingente estudiantil. La abrumadora mayoría son alumnas. La práctica docente continúa retardada a los últimos semestres. Algo que jamás ocurre, por ejemplo, en las Facultades de Medicina, las Facultades de Educación carecen de su propio centro de práctica.

IV.

Un poco regresando a lo que recién se comenta añádase que el estudio de cualquier profesión exige asociar la teoría y la práctica. En esa esfera los estudios atingente a la salud –medicina y enfermería- exigen, desde el comienzo, delantal blanco y hospital. La profesionalización del futuro galeno o enfermera supone precipitarlo, desde el comienzo, al ámbito en que tendrá que desenvolverse de por vida. Ello permite –cosa importante- ahuyentar a quienes carezcan de aptitudes y vocación Los alumnos de Pedagogía no saben lo que es ese rito de pasaje que consiste en visitar la morgue y efectuar una necropsia. Permanecerán durante un quinquenio ajenos al bullicio adolescente y la campana de colegio, es decir, no sabrán lo que “es canela ni chocolate con flan”. En general, permanecen en una torre de marfil ajenos a la  realidad que supone enseñar. Tarea no fácil hoy como tampoco fue fácil ayer.

La preparación exige conferir a lo teórico y a lo práctico la misma jerarquía e idéntica simultaneidad. La realidad es otra: la hoy denominada “carrera” comienza con un contundente fardo de cátedras librescas y el proceso profesionalizador queda postergado. Quizás por lo dicho se observa una aguda deficiencia para  la gobernabilidad del aula y la transferencia de materia. El adolescente capta la ausencia de desplante y la debilidad didáctica de nuestro titulado desde el primer minuto. Se suele escuchar: “el profesor sabe mucho, pero no sabe enseñar”. Otra observación crítica de nuestros alumnos de Pedagogía es el menosprecio por la gimnasia, el atletismo y el deporte. La institución no incluye en su malla tales disciplinas y pocas la favorecen en su práctica extra aula.  Lo mismo podemos manifestar en relación a lo coral, lo teatral y el manejo de instrumentos musicales.

El alumno de Pedagogía –desde otro ángulo- por la condición multitudinaria de los cursos, por lo general, está ajeno a disfrutar del padrinazgo de un académico. Aquel que lo guíe en sus investigaciones, lo oriente en sus dudas y ejerza sobre su personalidad aun embrionaria un benigno influjo. Entre los enseñantes y los aprendices se observa un quiebre. La urgencia laboral de aquellos y la apatía de éstos origina ausencia de diálogo y de mancomunión de tareas que pueden ser no sólo académicas, sino también recreativas.

En general, nuestro alumno de Pedagogía exhibe más sombras que luces en el plano visible de su vida académica. Ello repercutirá negativamente en el ejercicio de las tareas propias de la profesión docente. Si el balance es desfavorable las expectativas de un viraje son factibles. Ello permitirá abrir la puerta al docente de nuevo tipo que el país requiere en el siglo XXI.   


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