viernes, 16 de abril de 2010

VIEJOS Y NUEVOS ANALFABETISMOS


A Sarmiento, Alberdi -entre otros- inquieta la ignorancia popular. La identifican con el analfabetismo. Reflexionan, si emitir el sufragio exige leer y escribir la masa queda excluida y la democracia se convierte en burla. De allí el esfuerzo de estos personeros del XIX por el abecedario, los silabarios y los métodos de lectoescritura. El lema es "educar al soberano" con la meta de incrementar el cuerpo electoral. Así, argumentan, la elite tendrá que compartir el poder con la chusma, secularmente, sumida en la barbarie. Fundan entonces Escuelas Normales para preparar docentes y fomentan escuelas ayer denominadas "primarias" y hoy "básicas". Se dictan leyes de Instrucción Primaria Obligatoria que tornan compulsivo el aprendizaje de la lectura y la escritura.

Si bien, en el XX, ese analfabetismo clásico retrocede aparece en las últimos decenios uno nuevo: el analfabetismo funcional. El alumno -después el adulto- sabe unir letra con letra y silaba con sílaba, pero la palabra no se convierte en imagen. Dicho de otro modo, el mensaje incluido en lo anotado en el texto queda vacío, es decir, incomprendido. Los estímulos externos son tan exiguos que, a todo nivel, en el aula y en la vida cotidiana, no se comprende lo leído. La pereza -flagelo insuficientemente estudiado- obstaculiza la consulta del Diccionario. El léxico disminuye y el diálogo intergeneracional tiende a diluirse. La incomunicación torna enclenque el legado común y, por ende, la nueva generación entra en crisis de identidad por la gravitación cultural de los imperios.

Otro analfabetismo -tan antiguo como el primero, pero que hoy por la exigencia económica, se torna más agudo- es el técnico. Con diversos artilugios y argumentos- la estructura escolar formal evade el compromiso de profesionalizar. Dicho de otro modo, delega tal tarea sólo a la educación superior. Nace así un sistema cuya "clientela" solo aspira a matricularse en la Universidad. Las manualidades son ancestralmente depreciadas y, por ende, los institutos tecnológicos pasan a la categoría de planteles "ordinarios". Son millones los que carecen de herramientas -oficio- para ganarse la vida, pero -como nunca antes- repletos de expectativas que nuestras repúblicas empobrecidas no satisfacen. He aquí otro desafío -ya detectado por Simón Rodríguez- que se debe asumir.

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