Al colapso de la estructura escolar, de la salud pública, del Transantiago, de la seguridad ciudadana se añade el que aflige al inframundo carcelario. Se imponen quienes suprimen la pena capital, ablandan la administración de justicia -el síndrome de la puerta giratoria- y los que -por una piedad mal concebida- insisten en la "rehabilitación" como antagónica a la "sanción". Se sabe que sobran los imputados y hay déficit de cárceles.
Es ingenuo creer que un hobbie facilita la "reinserción". Así también están en el error los que creen que la escolaridad es piedra filosofal. Identifican lo educativo sólo con aula. Sabemos, el docente exponen mientras los alumnos "están en otra". Obvio, se "educa" privados de mapotecas, biblioteca y de laboratorios. La recompensa: estén o no preparados son los diplomas de "8º básico" o de "4º medio".
Esa "beatería" de escolaridad se estrella contra las hondas convicciones de los hampones. Se les escucha: "difícil que nos pillen. Si nos pillan difícil que vayamos a la cárcel. Y si allá vamos es difícil que sea por mucho rato. Y si es para largo... ¡Por Dios que aprenderemos!". Esta opinión indesmentible es que la reclusión convierte las penitenciarías en Universidades del delito. Apenas egresan vuelven a reincidir.
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