sábado, 4 de julio de 2015

SOBRE PIGMENTO

POR SAMUEL SILVA 

Quedar como negro


Resulta que antes yo creía que era blanco-blanco. Hasta medio gringo me encontraba, porque mi abuela era rubia, de ojos azules, con una pinta de alemana que no se la podía, y mi mamá, media colorina, y como cuando chico yo estaba lleno de pecas... en fin, siempre pensé que yo era más blanco que el promedio chileno. Mucho más blanco. 

Por eso descubrir de repente que no soy blanco fue un shock. O sea, no alcanzó a ser shock porque las fui cachando de a poco. Lo primero fue el trauma de que en los formularios que hay que llenar en todas partes existen la raza white y la raza hispanic, así que yo, como soy hispanic, no soy white. Pero eso al final, era fácil echárselo al bolsillo porque es pura burocracia, una típica lesera gringa.

Pero después, de a poco, me descubrí mirándome las manos y los brazos y... ¿será? ¿Me he ido poniendo más negro con el tiempo? ¿O será que por vivir en Miami uno siempre está tostado?

Hasta que un día, y no fue hace mucho, me pegué el alcachofazo. En Chile, soy más blanco que la mayoría de la gente, pero aquí la mayoría de la gente es más blanca que yo. Churra. El negro Silva.

Bueno, podría ser peor. Uno cuando chico siempre tenía amigos a los que les decían el negro y no era tan terrible. O sea, en Chile se puede ser de piel oscura y "ser bien", ¿o no? Claro, ahí tienes tú el caso de mi amigo Germán o Jorge, o Daniel, o el propio Berríos que es lo más pituco que hay. Pero cuidado. Si uno salió negrito tiene que hablar y " impecable, porque es más sospechoso que un blanquito.  A un gallo oscuro no se le puede salir la ojota.

En esas andaba cuando me acordé de  repente de un almuerzo en la Cámara dé Comercio Chile-Miami, hará cosa de un año, a lo mejor un poco más. Yo llevaba pocos meses en Miami, éramos cinco chilenos en una mesa; no conocía a nadie. Luego de los olfateos de rigor para encasillar a cada cual- "¿Eres de Santiago? ¿De qué barrio? ¿A qué colegio fuiste?"-, a una desubicada se le ocurrió poner el tema de qué harías tú si tu hija se enamora de un negro.

-Ah -dijo un gallo muy resuelto-, yo la pongo en un avión y la mando a Chile hasta que se le quite la lesera.

-¿ y por qué? -le pregunté yo, medio mosqueado. -Porque - dijo él, mirándome como si no fuera necesario tener un motivo-, porque los negros... los negros... tienen otro nivel de educación.

-¿ Y si ese negro -seguí yo, pesado- fuera neurocirujano de Harvard?
-Igual. -¿Igual pones a tu hija en el avión?
-Sí.
-Pero, ¿por qué?

Nos salvó la campana: desde la mesa de honor pidieron poner atención a un discurso. Pero yo me quedé con la bala pasada. ¿Este gallo no había aprendido nada viviendo en Estados Unidos? Porque él tampoco es white y nunca lo va a ser. Mucho peor: los gringos no distinguen a los chilenos de los bolivianos, ni saben -horror de horrores- la diferencia entre un Larraín y un Machuca. Para ellos, todos somos de la misma tribu ignorantona que habla, ese idioma de los barrios bajos: el español.

Por eso es que cuando un chileno de clase media tirando para arriba descubre que aquí en realidad es de clase media tirando para abajo, se angustia. Y si más encima no puede poner que es de raza whiteen el formulario, y además comienza a mirarse lo oscuro que tiene los brazos, el asunto puede terminar en depresión severa.

Aquí en EEUU uno no es nadie, dice siempre con voz de alarma mi amigo Rodrigo Vignola. En Chile, en cambio, todos nos conocemos, todos nos hacemos paleteadas y vivimos en los mismos barrios. Pero entonces, ¿ qué diablos hago yo en EEUU? ¿Por qué no me vuelvo a Chile, donde no miramos en menos a nadie? y además no somos racistas como los gringos, porque nosotros -por suerte- no tenemos negros.

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Esta nota de prensa se publica en la Revista del Sábado de El Mercurio. No logro aun rescatar la fecha. Nos parece muy interesante.


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