lunes, 12 de octubre de 2009

ESTADO DOCENTE, PATRIA Y DEMOCRACIA

El Estado docente es una teoría pedagógica y una praxis educativa. Las Facultades de Educación que, se supone, preparan al magisterio no la analizan. La ciudadanía –siempre amnésica- no sabe de qué se trata. Aun más, ciertos expertos a la violeta la juzgan pieza arqueológica y se permiten estimar la condición de “estadodocentista” como estigma. Tienen a flor de labios la frase: “yo no soy partidario del Estado docente”. Como si serlo fuese estar prontuariado o padecer de Sida.

El Estado docente es la doctrina, según la cual, la república asume el compromiso de educar a la población En todas nuestras Constituciones aparece este deber como preferente, La Iglesia sintió que, al imponerlo, se invadía su ámbito. Ello será uno de los ingredientes de las querellas políticoteológicas del siglo XIX. Lo cierto es que tal afán jamás es monopólico y, por ende, no excluye la iniciativa privada. Desde otro ángulo, es laico, pero no ateísta.

Nuestro Estado, apoyado en la Ley de Instrucción Primaria Obligatoria, reduce el analfabetismo. Surgen escuelas para la infancia y liceos para la adolescencia. Son confortables y se edifican en medio del pobrerío. Allí se civilizan los hijos del taller junto con los del palacio y los de familias inmigrante. Esas aulas los emulsionan contribuyendo a democratizar y a chilenizar. Aportan a plasmar un estrato, factor de estabilidad sociopolítica: la clase media.

El Estado docente funda una red de institutos que culmina con la U de Ch. Todo el sistema es gratuito y ajeno a la concientización sectaria. Apunta siempre a premiar el mérito sin considerar cuna o billetera. No es perfecto, pero constituye una infamia negarle mérito. La actual elite política –comenzando por Lagos- no habría podido estudiar sin esta política escolar que hoy, en función del prestigio luciferino del Modelo Neoliberal, es cubierto de ignominia u olvido.

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