lunes, 10 de septiembre de 2012

ESA REVOLUCION



Eramos liceanos quinceañeros. En esas aulas, aunque provincianas,penetra el ibañismo con sus flecos mesiánicos. La escoba -emblema de aquel arrollador movimiento cívico- sería el instrumento que libraría al país de la basura acumulada por la politiquería. Se pensaba -un poco como eco de la calle y los hogares-  que el viejo militar sería el cirujano que lograría extirpar quistes y cauterizar heridas. En plazuelas se oían discursos. En el seno de la familia se polemiza 
sobre el I gobierno de Carlos Ibáñez(1927-1931). En esos escenario se aprenden conceptos como 
"oligarquía", "dictadura", "imperialismo", 
"clase trabajadora", 
"corrupción parlamentaria" y otros muy folklóricos: 
"rosca" y "Palacio Quemado"
Del otro lado de la Cordillera se escucha el fragor del peronismo con sus bandera de soberanía política, independencia económica y justicia social. Poco o nada del Brasil de Vargas.



En ese contexto de controversias e ilusiones transcurre  1952. 5 meses 

antes de las elecciones efectuadas el 4 de septiembre de aquel año. 

Específicamente en la Semana Santa un hecho estremece: una revolución 
estalla en Bolivia. Pasquines de derecha la toman con sorna. No falta 
el humorista que crea el chiste.  "¿En que se parece Bolivia a un 
disco? ... En que es de 33 revoluciones". Era alusión los de vinílo. 

Al fenómeno se le resta importancia.  El PC -aun influyente, aunque ilegalizado 
por el Presidente Gabriel González Videla- opina que es "rebrote 
fascista". Después nos informamos que Neruda había aplaudido el 
colgamiento del mayor Gualberto Villarroel en 1946 como "eco 
glorioso de  la ejecución de Mussolini". Sin embargo, un periodista 
-también poeta- Alfonso Alcalde publica en el semanario "Vistazo" 
reportajes in situ de lo que ocurre en la patria vecina.


En la asignatura de Letras algo ya se conocía de Bolivia a través de 
"Sangre de mestizos" de Augusto Céspedes. Ello permite 

"deschaunvinizarnos". De ese  añejo desprecio por aquel país, 
imaginado sólo altiplánico, se pasa al asombro. Ya 
comenzabamos a cuestionar la supuesta legitimidad de la Guerra del 
Guano y del Salitre (1879-1883) aunque los docentes de Historia apenas 
mencionaban otra conflagración. Aquella que emprende Chile capitaneado 
por Diego Portales contra el discípulo de José de San Martín y Simón 
Bolívar, el mariscal Andrés Santa Cruz (1835-1839). En un mundo sin TV
las ilustraciones fotográfícas del  semanario impactan. Mineros 
insurrectos en barricadas, muchedumbres campesinas que festejan con 

Víctor Paz Estensoro, los sindicatos que se apoderan de los cuarteles, las 
medidas que toma el nuevo régimen.
Aquello, se medita, no es un simple cambio de gobierno, sino un 
revolución que huele al México insurgente (1910-1927). Al viejo 

ejército oligárquico lo suplantan milicias, queda abolido el 
latifundio y el pongueaje, se establece el voto universal que incluye 
a los iletrados, se inaugura campaña alfabetizadora, se nacionaliza el 
estaño... No es un simple "sube y baja" de personeros de la clase alta y menos 
"fascismo" como pontifica la clandestina prensa del PC. Víctor Paz 
con chullo y aclamado por muchedumbres de "fabriles", 
artesanos y labriegos se nos presenta como otra ventana abierta. Ello
se complementa al informarnos que aeronaves agentinas, con hospitalesde campaña y personal médico, aterrizan en El Alto para atender a heridos en las contiendas callejeras. Los despacha la Fundación Eva Perón.Ibáñez ya triunfante en los comicios efectúa viaje a La Paz. Es el primer Presidente de Chile que viaja a Bolivia después de 1879.


Aquella revolución en la Historia de Iberoamérica es capítulo 
trascendente. Harina de otro costal es analizar las mutaciones del 

Movimiento Nacionalista Revolucionario que equivale al PRI de la hora
prima. Indudablemente que en su deterioro influye el tropiezo de Perón 
en articular el ABC y el suicidio de Getulio. Las revoluciones 

restringidas a una sola república pareciera se asfixian, pudren o
mineralizan. Basta con evaluar el sandinismo en Nicaragua. Está a
bierta la polémica en torno a la inviabilidad de cualquier proceso 

restringido a un sólo país. Quizás -de modo intuitivo o estratégico-
el esfuerzo original del justicialismo es irradiar sobre Suramérica y, 
de modo principal, sobre Chile y Brasil. He allí la utilidad de 

analizar aquella epopeya de 1952 que ahora conmemora su 60º aniversario.

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