viernes, 6 de noviembre de 2009

PELAMBRE ESTUDIANTIL


Ya es habitual -en los tres niveles del sistema escolar- que los jefes se presten para escuchar comentarios de alumnos respecto a docentes. Jamás son elogiosos, sino siempre difamatorios. Están impregandos de subjetivo resentimiento. Tan turbia práctica -se creyó desaparecería con la restauración de la democracia en 1990- y, sin embargo, continúa vigente. Con ello se vulnera el conducto regular y evapora el espíritu de cuerpo del magisterio. Es como si el director de un hospital oyera a los pacientes enjuiciando la terapia del médico tratante. El rigor académico, casi siempre, es el combustible de esas maledicencias que reciben el nombre genérico de "quejas". Obvio, las formulan quienes obtienen notas inferiores a cuatro. Son atendidos porque de "discípulos" pasaron a "clientes". Las subvenciones captadas o los aranceles que cancelan nutren una estructura docente convertida en negocio.

Ediles y seremis también les brindan atención a los "quejantes", para cosechar simpatía y posar de "güena onda". El interés financiero y el afán demagógico convierte en víctima a quien enseña. No a todos, sino al que no comparte aquella falacia difundida por las psicólogas: "todo educando tiene la capacidad de aprender y, por ende, su fracaso es el fracaso del profesor". El colega afectado por esas anónimas "quejas" -siempre orales, nadie las exige escritas- informado de la situación "siente que le tiembla el piso". Ante la eventualidad de perder el trabajo por juzgársele "conflictivo" anuncia esa farsa conocidas como "remediales". Comienza con una "prueba recuperativa" que en la jerga escolar se conoce como "prostitutiva". Es la victoria de la pereza y la mediocridad sobre la calidad académica... Alguien tiene que denunciar el escándalo, aunque lo lapiden con silencio.

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