El término «mestizo» se usa, en la asignatura de Historia de Chile, para explicar la estructura social de la Colonia. En ese momento el docente dibuja un triángulo equilátero sobre la pizarra. Equivocadamente le da rango de «pirámide» no siéndolo. Luego vienen las líneas horizontales. En la cumbre, los españoles metropolitanos y en la base los esclavos africanos. Al centro los mestizos. El dato queda allí en el freezer sin raíces en el ayer remoto y carente de prolongación en el hoy.
El término no vuelve a usarse y conserva una connotación peyorativa. Nadie expresa, por ejemplo, son mestizos Tomic Romero o Aylwin Azócar tanto como Marta Harnecker Cerda y Claudia Conserva Pérez. El concepto no se emplea y se utiliza la siútica frase «descendiente de...» con un agravante: se exalta el ancestro foráneo mientras se oculta la semilla criolla. Apellidos alemanes, británicos o galos se exhiben como títulos de nobleza pasando a plano subalterno los apellidos criollos que son de raíz ibérica.
Sostener que lo mestizo es la sustancia de la chilenidad implica una cosecha asombro o repudio. La crisis de identidad se asoma en ese afán por negar las semillas. Hay que repetir como loro «Chile es un conglomerado homogéneamente blanco de origen europeo» y reiterar aquello de somos «los ingleses de América del Sur»... Hoy la moda es proclamarse "indio". Con ello se espera recepcionar el auxilio fiscal reservado para las minorías étnicas. En suma nadie se siente ni se sabe mestizo. es decir, hispanoindígena.
¡Qué arribismo! No obstante, somos producto de la mezcla de quienes llegan con afán de domiciliarse en 1541 y aquellas que habitan «el lindo país esquina con vista al mar». Tal hecho se debe asumir sin remilgos ni escapismos. Los retoños de inmigrantes «¡bienvenidos sean!», pero no se sientan superiores al criollo y tampoco oculten o menosprecien la raíz de su ser que es vernácula. Superar la crisis de identidad exige reivindiquemos nuestro abolengo mestizo.
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