Durante nuestro ciclo ibérico –tres siglos– se implanta el mate en Chile. La yerba se trae del Paraguay. En el Valle de Elqui, según testimonio fotográfico, Gabriela Mistral aparece compartiéndolo con sus amigas. Vimos a nuestras abuelas, con el brasero encendido. Se asocia con el chismerío. De allí eso de «viejas materas». Cuando los rioplantenses lo ceban con agua a punto de hervir hay aquí perplejidad, pues el chileno opta por el mate cocido. Beberlo helado al estilo paraguayo -tereré- es imposible de imaginar. El mate no logra sentar reales en Perú o Bolivia donde ese espacio lo cubren, respectivamente, el café de Chanchamayo o la infusión de coca.
Manuel Seoane –aquel peruano fundador en Chile del periodismo moderno y frustrado impulsor de una alianza entre Haya y Perón- en su libro «Rumbo argentino» un capítulo se titula Misión nacionalista del mate criollo. También sobre el tema escribe en verso Exequiel Martínez Estrada, y hay nota costumbrista de Manuel J. Ortiz en «Cartas de la aldea». También lo estudia de modo muy erudito Amaro Villanueva en «Arte de cebar» y página clásica sobre el tema redacta el uruguayo Roberto Ares Pons. Igual es valioso el comentario «La existencia del alma de Caio». Ver http://mujergorda. bitacoras.com/cap/000131.php.
El mate es otra expresión del mestizaje. La Compañía de Jesús, en contacto con el mundo guaraní, universaliza el brebaje. En la patria de Solano López nacen las plantaciones, las secadurías, el ensacado y la comercialización. El producto alcanza influjo conosureño. También ha sido bandera patriótica. La consigna "¡Mate si, whiski jamás!» se impone en 1945 y triunfa el peronismo sobre Braden... En relación con los aperos del mate –amén de vasija aquí siempre calabaza o sencillo jarrito de fierro enlozado– está la bombilla y caja rectangular con dos recipientes. Uno de la yerba y el otro del azúcar, pues el criollo bebe amargo, pero lo prefiere dulce.
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