La obra "Entre la libertad y el miedo" -al promediar los 50 en la época liceana- despliega ante millares de adolescentes el multicolor escenario iberoamericano. Estábamos inmersos en Grecia y Roma, confundidos entre dos Magnos -Alejandro y Carlos-, enumerando Cruzadas, engolosinados con la Revolución Francesa... Unos pocos -los menos tímidos- imaginábamos aquel proceso capitaneado por Lenín y habríamos anhelado estar enrolados en la Guardia Roja para el asalto al Palacio de Invierno y al Instituto Smolny y después controlar la Perspectiva Nevski. Sin embargo, de pronto, alguien, con prosa sencilla y profunda, hacía presente nuestra condición de partículas constitutivas de "este" mundo y no de "aquel" ubicado al otro lado del Atlántico. Así se contacta con Iberoamérica amainando el hechizo de los eurocéntricos manuales de Historia de Frías Valenzuela. El espectáculo es impactante y cubre, en inédito carrusel, de Villa y sus jinetes en el México insurrecto a la Argentina triguera y peronista. De norte a sur, aludiendo a lo rural y a lo urbano, a demoníacas tiranías y a endebles democracias. La pluma de Arciniegas nos sumerge en un légamo ignorado. Tan ignorado como intransferible y el único fecundo.
Este maestro colombiano nacionaliza a mi generación, es decir, contribuye a desprovincianizarla y a desalienarla. Su obra impresa, impulsa a comprender, posteriormente, el fenómeno fidelista y a asumir una postura adversa al chauvinismo respecto a Perú y a Bolivia. Tras cada actitud ajena a lo pueblerino y a la eurolatría está la docencia de este colombiano ya fallecido –siempre lúcido- casi centenario. Lo conocí en Río de Janeiro durante una jornada sobre la situación de los judíos en la URSS. Era 1963 y ya en las aulas del Instituto Pedagógico había releído "Biografía del Caribe" y "América Mágica". Ello no sin hurgar obras primas -publicadas por la Editorial Ercilla- como “América, tierra firme” y "El estudiante de la mesa redonda”. De la admiración se pasa, no obstante, a la crítica. El maestro -según opinábamos- no traspasa el umbral del liberalismo y la actitud ante EEUU es conciliadora... Hoy, efectuado el balance, lo enjuiciable es mínimo contrastado con el aporte al rescate de nuestra identidad. Ante el deceso enhebro frases empapadas de gratitud mientras -de modo simbólico- deposito, sobre su tumba bogotana, un puñado de copihues.
Este maestro colombiano nacionaliza a mi generación, es decir, contribuye a desprovincianizarla y a desalienarla. Su obra impresa, impulsa a comprender, posteriormente, el fenómeno fidelista y a asumir una postura adversa al chauvinismo respecto a Perú y a Bolivia. Tras cada actitud ajena a lo pueblerino y a la eurolatría está la docencia de este colombiano ya fallecido –siempre lúcido- casi centenario. Lo conocí en Río de Janeiro durante una jornada sobre la situación de los judíos en la URSS. Era 1963 y ya en las aulas del Instituto Pedagógico había releído "Biografía del Caribe" y "América Mágica". Ello no sin hurgar obras primas -publicadas por la Editorial Ercilla- como “América, tierra firme” y "El estudiante de la mesa redonda”. De la admiración se pasa, no obstante, a la crítica. El maestro -según opinábamos- no traspasa el umbral del liberalismo y la actitud ante EEUU es conciliadora... Hoy, efectuado el balance, lo enjuiciable es mínimo contrastado con el aporte al rescate de nuestra identidad. Ante el deceso enhebro frases empapadas de gratitud mientras -de modo simbólico- deposito, sobre su tumba bogotana, un puñado de copihues.
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