Aquí los ciudadanos carecen de noción de
sus ancestros. Ensaye preguntarlo. Quedan como
pasmados, es decir, sin respuesta y sumergidos
en un mar de dudas. La pregunta se juzga
indiscreta. Lo cierto es que hasta donde he
investigado, los chilenos ignoran sus orígenes.
No conviene aludir al mestizaje. Hasta el término
"mestizo" se estima humillante. La usan apenas
los docentes al explicar la estratificación social
de la época hispánica y también los obreros de
la construcción al referirse a vivienda, mitad
ladrillo y mitad madera.
Algunos se aferran a un euroinmigrante.
El ejemplo lo da la Presidenta de la República.
En los preparativos de un viaje a Francia,
manifesta que su propósito es conocer el terruño
de sus antepasados. Con ello aludía apenas a uno
de sus cuatro tatarabuelos y tres quedan en el
anonimato. Su propio padre es Bachelet Martínez
y, por ende, mestizo francochileno. Bachelet
Jeria no es una excepción. Lo frecuente en el
país, es ufanarse de un apellido europeo como
título nobiliario. Mejor aún si el nombre propio
es "Michelle" y se oculta el criollo "Verónica".
Negar los ancestros se liga con el desprestigio
de lo ibérico. Comienza esa campaña con la
Independencia. La elite legitima el quiebre
con la Corona y por ello repudia su raigambre
peninsular. Enaltece lo aborigen y muy luego lo
denosta como una rémora. Así nos castran de
antepasados y con ello se genera la crisis de
identidad. No sabemos nada de las raíces. Están
devaluadas. De allí que no nos reconozcamos
como mestizos y nos carcoma el alma el complejo
de inferioridad, compensado por el de superioridad
respecto a los pueblos vecinos.
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