La propuesta de devolver el "Huáscar" se califica en mi país de extravagante. Sin embargo, hay precedentes que hoy a nadie escandalizan. El Presidente Ibáñez reintegra Tacna al Perú. Siendo Jefe de Estado Pinochet suscribe la Declaración de Ayacucho y en Charaña promete poner fin a la mediterraneidad de Bolivia. En épocas diversas son denunciados como "entreguistas". Más adelante, Patricio Aylwin también es denostado, pues acata fallo favorable a Argentina por Laguna del Desierto. En la misma senda Pinochet al acude al Vaticano, Evita así -por el Beagle- un choque armado.
En el exterior el Presidente Perón restituye a Paraguay estandartes arrebatados a esa república en la Guerra de la Triple Alianza. El Presidente De Gaulle reintegra a Alemania y a México otras tantas reliquias bélicas. Su sucesor Giscard suprime feriados atinentes a tres conflictos francoalemanes. Otro tanto es posible anotar derivados de la Guerra del Chaco librada entre paraguayos y bolivianos. Es buen negocio deponer añejas altanerias y rencores que nutren el chauvinismo y así congelar la armamentosis que empobrece y bloquea el desarrollo.
1 comentario:
Estimado Profesor, quisiera expresar mi total adherencia a una idea sobre devolver el Huáscar. Un gesto voluntario, y un símbolo de amistad, es infinitamente superior al hecho de mantener el símbolo de un conflicto, y la conmemoración e idealización de una conducta humana tan despreciable como la guerra. En una famosa obra de ficción, hay un personaje que se encuentra en búsqueda de un "gran guerrero". Como respuesta, recibe una sabia frase: "la guerra a nadie engrandece".
Al hacer una rápida lectura de comentarios de la mayoría de la gente sobre este tema, llenos de faltas de respeto, desprecio hacia el pueblo peruano, y exaltación del dudosamente respetable acto de haber "ganado algo con sangre", uno se pregunta cuánto le faltará a la humanidad para llegar a un nivel en que prevalezca la compasión por sobre un insano egoísmo, y la reflexión en torno a lo que realmente tiene valor.
Nuestro país es nuestro hogar, tal como nuestra propia casa. Me pregunto cuántas personas, preferirían voluntariamente conservar sobre algún mueble o pared especial de su casa, un objeto conmemorativo, que le recuerde una pelea a puñetazos con su vecino de enfrente. Por ejemplo, exhibida en la pared una prenda de ropa que le sacó de tantos golpes. Más aún, no siendo ellos mismos los protagonistas, sino que sus tatarabuelos.
Al menos yo preferiría tener en aquella pared, un símbolo de la amistad de los actuales miembros de ambas familias.
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