“Agua que no haz de beber déjala correr”... Se trata de un refrán equivocado. El agua es un bien escaso y, por ende, económico. Además es insustituible y, en consecuencia, vital. El agua no puede perderse. Igual que una camisa, se lava, es decir, se purifica. De allí las plantas que la liberan de detritus y bacterias son muy importantes tanto como los embalses que almacenan los torrentes fluviales. Dos tercios de “nuestra loca geografía” son áridos. El resto oscila entre la sequía y la inundación. Uno y otro fenómeno provoca estragos. De allí la urgencia de una educación hidrológica y de continuar implementando una política hidráulica.
Desconcierta que nuestra clase política viva embelesada en polemizar sobre el divorcio o el aborto, proponer una nueva Constitución y el matrimonio entre homosexuales, el acoso sexual y las “minorías” discriminadas... Mientras hay millones que padecen la deshidratación o el diluvio. Integran la “república concreta” en oposición a la “república oficial” que vive en Bizancio discutiendo “cuantos angeles caben en la cabeza de un alfiler” con financiamiento fiscal. Ello mientras nos acosa el desempleo, la delincuencia y la drogadicción. Es torpe triunfalismo juzgarnos desarrollados Urge entonces una mayor preocupación por ese recurso estratégico.
El país exige dar relevancia a personas como Alejandro Cruzat, líder del Proyecto Camanchaca de Chungungo, a Pablo Anguita, promotor de represas en cada cabecera de río, a Juan Hernán Torres, experto en gestión hídrica de la cuenca del Elqui así como Diego Varas lo es en el Longaví, a Ricardo Espinosa, impulsor del tranque Ancoa-Anchibueno. Son herederos de una tradición inaugurada por los curacas incaicos y los gobernadores de la Corona que impulsaron embalses y canalizaciones. Hoy podemos contemplar con orgullo el Puclaro. Ese es patriotismo constructivista muy distinto a ese otro palabrero que brota por litigios de frontera.
Movilizar a civiles y uniformados para apoyar las plantas de purificación de aguas servidas y para embalsar los cursos fluviales es clave. Hay que suspender la contaminación de las aguas de origen lacustre o fluvial. Más que eso, evitar que se pierdan succionadas por el océano. En la hora del crepúsculo de las ideologías que clausure la clase política sus querellas, cogobierne con los tecnólogos superiores y acuda al Cuerpo Militar del Trabajo CMT. La consigna del momento es “¡Facta non verba!”. El escudo patrio debiera ostentar como lema “¡Ni un litro de agua dulce al mar!”.
Desconcierta que nuestra clase política viva embelesada en polemizar sobre el divorcio o el aborto, proponer una nueva Constitución y el matrimonio entre homosexuales, el acoso sexual y las “minorías” discriminadas... Mientras hay millones que padecen la deshidratación o el diluvio. Integran la “república concreta” en oposición a la “república oficial” que vive en Bizancio discutiendo “cuantos angeles caben en la cabeza de un alfiler” con financiamiento fiscal. Ello mientras nos acosa el desempleo, la delincuencia y la drogadicción. Es torpe triunfalismo juzgarnos desarrollados Urge entonces una mayor preocupación por ese recurso estratégico.
El país exige dar relevancia a personas como Alejandro Cruzat, líder del Proyecto Camanchaca de Chungungo, a Pablo Anguita, promotor de represas en cada cabecera de río, a Juan Hernán Torres, experto en gestión hídrica de la cuenca del Elqui así como Diego Varas lo es en el Longaví, a Ricardo Espinosa, impulsor del tranque Ancoa-Anchibueno. Son herederos de una tradición inaugurada por los curacas incaicos y los gobernadores de la Corona que impulsaron embalses y canalizaciones. Hoy podemos contemplar con orgullo el Puclaro. Ese es patriotismo constructivista muy distinto a ese otro palabrero que brota por litigios de frontera.
Movilizar a civiles y uniformados para apoyar las plantas de purificación de aguas servidas y para embalsar los cursos fluviales es clave. Hay que suspender la contaminación de las aguas de origen lacustre o fluvial. Más que eso, evitar que se pierdan succionadas por el océano. En la hora del crepúsculo de las ideologías que clausure la clase política sus querellas, cogobierne con los tecnólogos superiores y acuda al Cuerpo Militar del Trabajo CMT. La consigna del momento es “¡Facta non verba!”. El escudo patrio debiera ostentar como lema “¡Ni un litro de agua dulce al mar!”.
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