Cataluña queda conmocionada por manifestaciones separatistas. Acaecen apenas ayer y las encuestas aluden a un 51% de "soberanismo". Es un "ismo" conferido a quienes repudian la identidad española y promueven la secesión. No flamea la bandera de España, sino la local. En oficinas, gremios, sindicatos, aulas se habla sólo catalán y se juzga si no un delito, al menos un una antigualla el uso del castellano. Ya se aprobó un estatuto que reconoce la categoría de "nacionalidad" a la región. Ello motiva protestas al interior de los cuarteles y el arresto de un general. Si la metódica vasca de la dinamita y el homicidio no es usado, el afán separatista catalán es poderoso. Lo fue durante la II República y las FFAA tuvieron como motivación para sublevarse el que las izquierdas favorecen la balcanización.
El PSOE brinda manga ancha a los escisionistas vascos y catalanes. Hoy el desmembramiento pareciera, al menos en la Generalitat, inminente. Los separatistas solicitan -hasta hoy sin éxito- apoyo de la Unión Europea. Esta materia no pasa por esa afrancesada antinomia "izquierda" y "derecha", sino que está ligado a la dicotomía "integración" versus "quiebre". Ya en la mismo Cataluña hay al menos un ayuntamiento que se proclamó independiente no sólo de Madrid, sino también de Barcelona. Es el cantonalismo que fragmenta. El fenómeno lo padecemos en nuestra América, después de las Juntas de Gobierno, establecidas en cada sección de los cuatro virreinatos. El fruto es el surgimiento de veititantas repúblicas enclenques y dependientes. El fraccionamiento de un país es el negocio de las macropotencias y un Kosovo soberano, modelo deplorable.
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