La Universidad -acorde al teorizar de Ortega y Gasset, Juan Newman y Max Scheler- es institución con funciones docentes, investigativas y difusionales. Dicho de otro modo, enseña las profesiones superiores, incrementa con sus indagaciones el saber e irradia la cultura hacia la ciudadanía. Nuestras tradicionales Casas de Estudio -de un modo u otro- cumplían estas responsabilidades. No obstante, de 1981 a la fecha, se fundan decenas de Universidades divorciadas de lo anotado. Se trata de una exuberante avalancha tropical que nos distancia de la sobria época en que la sola referencia a la U de Cochabamba arrancaba sonrisas. Si se aludía a la U de Chihuahua estallaban carcajadas. Aquello fue la manifestación del prurito criollo en orden a conservar la educación superior ajena al desborde publicitario y ceñida a la estricta probidad administrativa y científica ¡Altri tempi!
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Las Casas de Estudio surgidas a partir de 1981, hacen docencia, es decir, enseñan las disciplinas propias de las carreras que imparten. Sin embargo, están priva- das de archivos y fondos bibliográficos, de laboratorios y centros de experimentación. Dicho de otro modo, evaden lo investigativo. No se trata de la torpeza -por lo de-más frecuente- de intentar convertir en investigadores a los alumnos de pregrado, sino de concebir el quehacer científico como fibra constitutiva de lo académico. Tampoco aparece -salvo excepciones- como tarea, la extensión. Ambas debilidades se explican porque tanto el investigar como el difundir arrojan exigua rentabilidad y de lo que se trata es optimizar el negocio. ¿Será entonces puro estuco el rango de Universidades que se atribuyen? Así es mientras no asuman la triple misión sistematizada -entre otros- por Ortega, Newman o Scheler.
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