Hay ya dos notas en el blog sobre el Japón como paradigma para el III mundo en orden a superar el
rezago y evitar así el vasallaje. Reiteremos, este país asiático escoge el modelo capitalista de desarrollo en
un contexto que protege no sólo la estructura productiva, sino también la
identidad. La revolución mitsú –obvio, jamás estudiada en aulas porque estas,
en Iberoamérica, son eurocéntricas- es
un proceso de modernización impuesto de arriba a abajo. Se sepulta la
feudalidad representada por el shogunato y se impone una disciplina social con
dos pivotes: FFAA y empresariado. Sobre la pirámide el mikado opera como
árbitro entre los actores y símbolo de unidad del Imperio del Sol Naciente. La
China de entonces –perpleja ante la irrupción de Occidente- opta por acentuar
su hermetismo. Fracasa y es víctima de sucesivas agresiones.
Si el pueblo sioux logran resistir –por algún
tiempo- a las tropas de EEUU es por los Winchester que obtienen permutándolos
por pepas de oro. No obstante, están distantes de fabricarlos y no conocen la
metódica de producción de pólvora. Son por último exterminados. El influjo
modernizador de Lautaro –culturalmente mestizo porque ha vivido en el recién
fundado Santiago de la Nueva Extremadura- intenta “occidentalizar” en materia de
táctica, estrategia, inteligencia y contrainteligencia a los mapuches. Su eco
es enorme, pero “flor de un día”. Arcaicos hábitos, vocación disgregadora y
concepción de “patria chica” de sus paisanos lo privan de piso. Cae en una
emboscada y la ofensiva se paraliza. Los soldados de Carlos V y Felipe II
toman, desde ese instante, la iniciativa.
Japón –igual que, en su momento, la rústica Rusia de
Pedro el Grande- ya con la visita del comodoro Perry se percata que el
autoenclaustramiento es imposible ante el poderío de Occidente manifestado en
la máquina a vapor y piezas de artillería. Tokio reacciona igual que el zar y
se empeña en sustituir la artesanía y la manufactura por la industria.
Despachan jóvenes a aprender –si, aprender y no a imitar modas- la estrategia
que Europa y EEUU han usado para “dar el gran salto adelante”. Regresan y son
dotados de plena autoridad y de mano de
obra barata. El archipiélago se ha dado a sí mismo, como diría Ortega y Gasset,
“un proyecto de vida, un dogma nacional”. A poco andar, en 1905, en guerra
relámpago pone de rodillas al Imperio Zarista. Así comienza la rebelión del III
mundo. Los pueblos de color –al decir de Spengler- comenzaban a sacudir el
yugo.
Hoy China
–con mixtura el socialismo y el capitalismo para alcanzar el desarrollo. "No importa -dicen sus líderes- que el gato sea negro o blanco. Lo importante es
que cace ratones”. Crece a casi el 10% anual y de modo sostenido. Controla la
natalidad, impone disciplina y nutre a la población de mística. La industria se
perfecciona. Se aceptan inversiones extranjeras porque ya no hay peligro de
sumisión. La Guerra del Opio es un aleccionador recuerdo y no es necesaria la Gran Muralla, pues
maneja la energía nuclear y sus FFAA son premunidos de artefactos de esa
índole. Vietnam –donde EEUU cosecha
contundente derrota- se sacude de ideologismos y galopa por el mismo sendero
que, precursoramente trazara Japón a partir de la revolución mitsú. Los
suramericanos debemos aprender de ese Oriente que, cartográficamente, es
Occidente.
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