California, mediados del siglo XIX estalla “la fiebre del oro". En la granja
de un inmigrante suizo Juan Augusto Sutter-
se produce el hallazgo de yacimientos auríferos prodigiosos. No están en vetas
subterráneas, sino sobre el cauce de las arterias fluviales. Suprimiendo con
agua el lodo, entre los guijarros, se encuentran las apetecidas “pepas". Aguijoneados por el sueño de convertirse en millonarios acuden
multitudes. Entre miles figura Vicente Pérez Rosales.
La aventura es en suelo de
México. Sin embargo, ya EEUU está en plan de expansión. Comienza siendo apenas una franja apretujada entre la Cordillera de los Apalaches y el
Atlántico. Ostenta voracidad ilimitada y aspira a convertirse en bioceánico.
Infiltra entonces California. Sus pioneros -con el respaldo de la Casa Blanca-
participan en la áurea aventura. Con prepotencia despojan a los
“spanishs". Entre tanto damnificado está Murieta. Su campamento es
destruido y la esposa violada.
Focos de resistencia móviles
intentan contener a los rubios invasores. El de mayor empuje lo capitanea el
legendario caudillo rescatado del olvido por Pablo Neruda en la cantata “Fulgor
y muerte de Joaquín Murieta". Lo estigmatizan como bandolero. Es
arrinconado. Finalmente, lo ultiman en emboscada. A esa altura California ya
ha sido usurpada a México y el guerrillero -anticipo de Francisco Villa y de
César A. Sandino- se transforma en temprano símbolo del antimperialismo.
Hay polémica en torno al origen del personaje. La documentación más solvente permite sostener que es mexicano
oriundo de Sonora. A comienzo del siglo XX adquiere fuerza aquello de su
condición chilena. Lo verificable es que destaca en las labores mineras y en la guerra
sin cuartel contra los “galgos”. Tal es el apodo dado a los norteamericanos. En tal brega se asocian
los hispanoamericanos en bloque. Discutir hoy si es de México o de Chile equivale
a la controversia sobre si el pisco es peruano o chileno, es decir, una zoncera chauvinista.
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